EL TERREMOTO DE SARCHÍ, 6 DE JUNIO DE 1912, COSTA RICA (SEGUNDA PARTE: NARRACIONES)
EL TERREMOTO DE SARCHÍ, 6 DE JUNIO DE 1912, COSTA
RICA (SEGUNDA PARTE: NARRACIONES)
Periódico
La Información
Sr.
Fernando Borges, Redactor de La Información
Con el propósito de informar
gráficamente a nuestros lectores hice viaje a Sarchí, teatro de la catástrofe,
por la vía de Atenas y Naranjo. La lluvia rigurosa, el mal estado del camino y
los muchos derrumbes de este, me impidió llegar a Toro Amarillo, donde el
desastre ha tenido su verdadero centro. Era de verse el afán y buena voluntad
con que los campesinos de los alrededores marchaban llevando los pocos auxilios
de que disponían, al lugar donde residen sus desgraciados hermanos.
Sarchí se extiende en una corta planicie
entre Grecia y Naranjo. Las casas en general, son allí de madera y cubiertas de
teja de barro. La iglesia de piedra de Pavas, rodeada de muros espesos de
mampostería. Para conocer la violencia de la sacudida me bastó ver todos los
techos deshechos. En algunas casas se nos mostró, como efecto del terremoto, la
separación completa entre habitaciones que estaban contiguas, a causa de
haberse roro las maderas que antes la unían. La Iglesia quedó con grandes
hendiduras, a mi juicio inservible, y aunque no la hizo caer el terremoto si
derribó parte de uno de los muros que cierran el cementerio. Cuando llegué ahí,
todo el mundo estaba consternado; y las gentes, en grupos, hacían los
comentarios más desconsolados acerca de la suerte de los montañeses. No se
animaban los más a emprender la marcha a la montaña. Las señales dejadas por el
terremoto son en verdad a propósito para inducir al espanto; hacia el lado del
Poás, un túnel de unos 8 a 10 metros cuadrados, a través del cual aparece el
cielo del otro lado del cerro; hacia el lado del volcán de Barba un acantilado
a pico da idea del embate del temblor. Sobre todo eso, el comentario cada vez
más documentado acerca de las desgracias ocurridas.
En la bajada del Río Grande encontramos
grandes derrumbes y el camino obstruido por la gran avenida del río. Allí me
salió al paso un grupo de campesinos que se ocupaban en buscar cadáveres de la
catástrofe de Sarchí. Entre esos campesinos estaba Roberto Castro quién perdió
a su esposa Clotilde Serrano de 19 años de edad y a las hijas de su primer
matrimonio Casta y Gloria de 14 y 4 años respectivamente. Castro es un noble y
simpático campesino de unos 40 años de edad y su afán es dar con los cadáveres
de sus familiares, venía de Atenas donde fue llamado por haberse encontrado en
Cebadilla, el cadáver de una joven que resultó ser el de la mayor de sus hijas.
Paso del río Sarchí |
El río Sarchí corre por altos paredones
y procede de vírgenes selvas que cubren las faldas de la cordillera del Poás.
Por cierto que constituye una de las diversiones predilectas del campesino, la
de ir a este río a ver bajar las crecientes. A corta distancia del camino, y
bajando el río había un pequeño estribo plano, como de media manzana. A este
plan no había llegado jamás la sacudida de un temblor; y siendo por lo demás un
lugar fresco y fértil, fue escogido por el señor Roberto Castro para asiento de
su habitación y establecimiento de un magnífico trapiche movido por agua. Puso
allí, pues, su casa de madera, mirando al río y separado de él, por un patio.
Al final de este un paredón de tres o cuatro metros de altura, bajaba derecho
al cauce. Castro realizaba con su familia, un ejemplar de familias felices; de
40 a 45 años de edad, sano, robusto, trabajador, acomodado, se había casado por
segunda vez hace cosa de tres meses, con la Sra. Clotilde Serrano de 19 años de
edad, con la que vivía teniendo a su lado a los hijos del primer matrimonio;
Casta, Gloria, Emma y Otoniel. En la sala de la casa existía una caja de hierro
de cuatro quintales de peso, y encerrados en ella había ₡ 5 000 en efectivo,
pagares a favor de Castro, y algunos otros valores de menor importancia.
Emma y Otoniel Castro |
A un
lado de la casa, un trapiche con todos sus accesorios, montado a la
moderna. La habitación almacenaba dulce en abundancia, destinado al comercio de
granos y víveres diversos. A las siete de la noche, aquella familia rezaba la
oración y se recogían todos en dormitorio común. Roberto Castro estaba muy
temeroso de una catástrofe, especialmente desde que tuvo noticia de los horrores
acaecidos el año próximo pasado en Toro Amarillo, paraje de allí no muy lejano.
Quizás por esto, o quizás por aviso del corazón, ello es que tres veces se
había despertado azorado creyendo escuchar una enorme creciente de agua que
venía sobre la casa. Llegó a tanto el temor que le inspiraba esta catástrofe
que imaginó el imposible de que la laguna fría del Poás se desbordara por el
Sarchí con el peso enorme de sus aguas y su altura. Un día reciente le comunicó
sus temores al señor Hermenegildo López, padre de su primera esposa, y este
señor, le aconsejó que dejara la casa y se viniera a vivir a la suya, la cual,
si no tan cómoda, estaba cuando menos a mayor altura y por lo mismo más
distante del río. Este proyecto le pareció prudente; pero lo deshizo la
negativa rotunda de su joven esposa, quién se hallaba segura y feliz en la
propia y no quería, de fijo, trasladarse a vivir con parientes de la primera
esposa de su marido.
Roberto y Clotilde Castro |
Con Roberto Castro me vine hasta este
pueblo y por el camino me contó la historia de la catástrofe. He aquí su
relato:
“La noche del terremoto, después de
rezar las acostumbradas oraciones, nos acostamos a las 7:00 p.m.; y a la media
noche con 30 minutos sentimos el terremoto. Se encendió la vela de sebo. Todos
nos alarmamos mucho, abandonamos el lecho y salimos al patio de la casa que
dista 10 metros del río.
En ese momento sentimos un extraño y
pavoroso ruido y mi esposa acompañada de Casta creyeron que se trataba de una
gran creciente y se acercaron al río para verla bajar. En ese momento los
ruidos eran muy horribles todavía y yo, comprendiendo que se trataba de un
cataclismo les grité: Muchachas, corran a la casa, eso no es creciente, eso es
algo peor. Ellas obedecieron y aterrorizadas llegaron a la casa quedando
paradas en la puerta de la misma, dispuestas ya a sacar a la pequeña Gloria,
que permanecía dormida, con propósito de huir. Yo continuaba en el patio y a mi
lado estaban mis hijos Otoniel de 12 años y Emma de 8. En esos instantes sopló
un terrible huracán que arrancó la casa con gran estrépito y la voló por los
aires, y al tiempo que de nuevo violentamente se sacudía el suelo, bajó la
cabeza de agua y un fuerte olor a azufre les quitó la respiración. Yo tomé a
Otoniel y a Emma por los brazos y salí a escape con ellos, subimos los tres a
una loma y desde la altura contemplé aterrorizado el cuadro más horrible que
haya visto en mi vida; que el río se había convertido en un inmenso caudal de
agua negra que cubría toda la rivera y que despedía un persistente olor a
azufre. Todo había desaparecido, la casa, el cerco y los animales. Mis hijos
estaban estrechamente abrazados conmigo y a pesar del ruido yo procuraba gritar
llamando a mi esposa y a Casta a quienes comprendí que se las había tragado
aquella creciente negra y pestilente. En la loma permanecimos toda la noche
hasta que en la madrugada el frío nos hizo retirarnos hacia Sarchí.”
Dice Castro que en este instante una
gran luminaria llenaba aquel abismo; un olor a espantoso e inaguantable les
quitó la respiración; y como si el viento hubiese tenido unos fuertes puños, la
casa fue arrojada a la hondonada con el plan de terreno donde se asentaba.
Lo que allí ocurrió fue inimaginable; y
los mismos testigos del hecho lo único que recuerdan es que poseídos del pánico
más espantoso siguieron corriendo hacia arriba a donde se salvaron. El agua
alcanzó, según cálculos, que hice con el joven Biolley, a quién me encontré por
allá, 42 m de altura en aquel sitio. Si la casa hubiera sido arrebatada por la
corriente, ninguno de sus habitantes se salva; si hubiera caído por el huracán,
los daños se verían en otros lugares también, aparte de que Castro y sus hijos,
Otoniel y Emma, hubiesen tenido que ceder al embate del viento y caer ellos
también. Lo más probable es, por consiguiente que el temblor desquiciara toda
aquella especie de grada y que un nuevo movimiento, de los muchos que se
sucedieron al temblor fuerte, o tal vez el impulso del agua, lograra arrancarla
hacia el abismo.
La cruz (a lado izquierdo de la foto) señala el lugar donde estaba la casa de Roberto Castro. |
En otro terraplén, también a orillas del
Río y un poco más debajo de la casa de Castro, vivía David Ugalde y un pobre
jornalero, con su esposa. Las casas estaban inmediatas y momentos después del
temblor fuerte, Castro oyó que David le gritó desde la suya: Compadre, la cosa
se pone fea; huyamos. El río formó en todo aquel trayecto grandes playones y
arrastró los árboles de una y otra orilla, y conste que el Sarchí es tan
profundo y encajonado como el Virilla. La creciente se llevó el hermoso puente
de hierro y madera, y lo arrojó a unos kilómetros de distancia de allí.
La cruz (a la derecha de la foto) muestra la ubicación donde estaba la casa de David Ugalde |
Cuando
llegué al lugar de la catástrofe, centenares de curiosos que habían concurrido
de los pueblos vecinos, contemplaban desde las alturas los estragos del
cataclismo. A esa hora, el paso por el río era todo punto imposible, y un joven
de Grecia que cometió la imprudente empresa de atravesarlo a pie, hubiera
perecido si no le arrojan una soga con la que se salvó.
Sarchí,
7 de Junio a las 7:00 p.m.
Acaba de llegar a esta ciudad,
procedente de Toro Amarillo uno de los vecinos más importantes de esa localidad
y dice que desde hace varios días se venían sintiendo temblores en aquella zona
y que todos los vecinos vivían en constante alarma. La noche de la catástrofe
el Poás hizo una imponentísima erupción de fuego. Se sintió un horroroso
temblor, el movimiento nos botó al suelo, se produjo un espantoso ruido y
salimos huyendo hacia las montañas. En las cercanías de mi casa fallecieron
Jesús Esquivel, su esposa, dos hijos y una cuñada; Pantaléon Rodríguez, su
esposa y dos hijos. No recuerdo los nombres de los demás muertos, pero creo que
debe haber muchas víctimas. La casa y el aserradero de don Narciso Blanco
fueron destruidos.
Sarchí,
7 de Junio a las 8:00 p.m.
Varias comisiones han salido para Toro
Amarillo. Yo salgo esta noche, no obstante que hace un pésimo tiempo. Se
sospecha que los sobrevivientes en aquella zona están careciendo de alimentos y
se han refugiado en las montañas. Varias cuadrillas de peones se ocupan en
limpiar el camino aterrado y se espera que mañana quedara expedito. El gobierno
ha mandado tiendas de campaña para los damnificados. En uno de los cerros
aislados al NE se nota una inmensa grieta y varios derrumbes de los cuales
vierte agua en abundancia. Sigue temblando con alguna frecuencia; sin embargo,
los temblores son de poca intensidad.
Estuve esta tarde en el lugar de la
catástrofe en Sarchí, aquello da horror. Parece que una fuerza superior hubiera
pasado arrastrándolo todo: los árboles, las casas, los animales y los hombres.
He tomado muchas fotografías. No han aparecido todavía los cadáveres de David
Ugalde y de su esposa. Castro perdió ₡
5000 en efectivo que tenía en una caja de hierro y la hacienda y sus
dependencias que valían unos ₡ 20000 (veinte mil colones). La Municipalidad de
Alajuela donó ₡ 500 para los damnificados, el pueblo se muestra agradecido. En
el lugar de la catástrofe se encontraron ahogados dos bueyes uncidos al yugo.
Se cree que el boyero pereció. Los ríos que crecieron en Toro Amarillo con el
Gorrión, Los Anonos y el Desagüe: casi todas las familias que viven en esos
lugares perecieron. El pueblo está consternado pensando en los trabajos y
privaciones que están pasando los sobrevivientes.
Se oye en esto momentos otra fuerte
creciente del Sarchí. El cura ha desaparecido presa de terrible pánico.
Esa misma noche dispuse marchar a Toro
Amarillo. No habiéndome sido posible pasar de San Jerónimo, donde entre otras
razones se me dijo que el camino estaba obstruido por los derrumbes y además
inutilizado por las fuertes lluvias, regresé a Sarchí. Se me dijo que momentos
antes había llegado de Toro Amarillo el señor Juan Pérez, con su familia, quién
traía extensos y detallados informes de la magnitud del desastre en aquella
zona; y a su casa de habitación me dirigí. Era la media noche y aquellas pobres
gentes dormían Llamé a la puerta de la casa, y don Juan se levantó prontamente
a recibirme. Con él celebré a esa hora una entrevista y me dijo más o menos lo
siguiente:
“Entre el cráter viejo y el nuevo del
volcán Poás y en las crestas de las montañas nacen varios ríos que van de Sur a
Norte a caer en el Toro Amarillo; este nace también allí. Esos ríos que son los
más importantes, se llaman; Anonos, Gorrión y Desagüe. Corren por una región
fértil, honda y bastante poblada. Entre el río Toro Amarillo y Gorrión está un
pequeño pueblo llamado “La Aldea” y de
allí y los alrededores contó una estadística recientemente levantada 60 alumnos
de edad escolar, pues no hace muchos días elevamos los vecinos de aquellos
caseríos un memorial al Gobierno para que establezca allí una escuela. Yo vivía
en La Aldea y cuando sobrevino el terremoto, no miré el momento de retirarme de
paraje tan peligroso. En medio de las sombras comencé a andar junto con mis
familiares, haciéndolo con tales inconvenientes y dificultades que a cada paso
nos asaltaba el desconcierto y nos proponíamos dejarnos perecer allí.
Encontramos grietas tan ondas y anchas, que fue preciso salvarlas mediante
travesaños hechos con palos. Además, como los ríos estaban tan crecidos y no
daban vado, tuvimos que permanecer sin posible paso, conformándonos con esperar
el día siguiente y escuchando los gritos de otros que, como nosotros, andaban
vagando por los montes. Nosotros éramos mi padre, mi esposa, dos hijos pequeños
y yo.”
El señor Juan Pérez y su familia, al regresar de Toro Amarillo. |
Allí tuvimos noticias de 15 muertos en
aquella región. Para mí, dado que las aguas se juntaron en abundancia tal que
pudieron arrastrar y destruir la máquina de don Narciso Blanco, situadas en el
ángulo que forma el río Desagüe al caer en Toro Amarillo; y sabido que hay
multitud de viviendas, para mi digo, la inundación debe haber ocasionado daños
muy grandes y perdida de muchas vidas de que no tenemos noticias todavía.
Casa de Narciso Blanco, antes del terremoto |
Y dígame usted señor Pérez, ¿Fue tan fuerte
como se dice el terremoto en aquella zona? Ave María, espantosamente fuerte. Le
explicaré a usted. Hacía días venía temblando casi de hora en hora, pero la
verdad es, que los tales temblorcillos no valían la pena. Mi familia y yo
dormíamos la noche del terremoto, cuando fuimos despertados por un movimiento
trepidatorio de bastante intensidad. Luego siguió uno, dos, tres, cuatro
temblores débiles, que eran seguidos de fuertes rugidos. Llamé la atención de
mi padre acerca de lo original de aquél fenómeno y él me dijo: es seguramente
el Poás, que está inquieto. Me levanté y salí al patio de la casa a curiosear
que había de nuevo en el cráter del volcán y nada de extraordinario pude
observar. No llovía y la noche estaba bastante oscura. Me disponía a entrar a
la casa cuando sobrevino el terremoto. ¡Dios mío! Exclamé, ¿Qué es esto? Me tambaleaba como un
ebrio; traté de ganar la puerta, pero no lo logré; la sacudida me arrojó al
suelo. A todo esto, llegaban hasta mí los gritos desesperados de mi padre,
esposa e hijos, que pedían auxilio. Una inmensa luminaria de bolas de fuego que
arrojó en esos momentos el volcán, iluminó todo el valle, y de mí se apoderó un
miedo espantoso, terrible, que me hizo pensar un instante en el fin del mundo;
y en medio de aquella mi terrible agonía, baje la cabeza hasta pegarla a la
tierra y encomendé mi alma a Dios.
La tierra crujía desesperadamente; las
montañas se tambaleaban; los animales aullaban de modo pavoroso; fue aquel un
momento tan horriblemente feo, que yo, francamente, creí morir. Pasado el temblor, el volcán dejó de
vomitar fuego y momentos después se me acercaron mi esposa, padre e hijos.
¡Huyamos! Les dije; tomé en brazos a uno de los pequeños, otro tomó mi padre y
nos internamos en la montaña, y aquí nos tiene usted contando la historia por
un milagro de la Virgen Santísima, a quién le pedí fervorosamente en lo más
terrible de la catástrofe que me salvara con todos los míos. Y al terminar
aquel buen campesino de hacerme la relación notamos que lloraba. ¿Por qué se
aflige usted buen hombre? Le
preguntamos. Señor, porque en aquellas montañas tan atrozmente flageladas por
la inclemente naturaleza, dejé el trabajo de muchos años, ¿Pero usted volverá
allí? YO…..¡Nunca! Terrible ha sido la prueba, para regresar a aquellos
lugares; que se pierdan en buena hora, casa, siembras, animales, en fin, todo,
pero lo que soy yo, no volveré por allá. A eso de la una de la mañana nos
despedimos del Sr. Juan y regresamos al pueblo, pues la casa de habitación de
este señor, queda bastante lejos del centro.
No dormimos el resto de la noche. Hacía
un frío que calaba los huesos. Con el señor telegrafista, muchacho la mar de
bueno y condescendiente, pasé charlando de esa hora hasta las 5 de la mañana.
Nos acercamos a una humilde posada, habitada por un venerable anciano, que por
35 años ha sido maestro de escuela de aquel pueblo, y le suplicamos que nos
vendiera un poco de café. Gustoso accedió a nuestra súplica y momentos después
calentábamos el estómago con una taza del aromático líquido, que nos supo a
gloria. Mientras tanto, el anciano nos explicaba algunos episodios de los
ocurridos en el pueblo la noche anterior, con motivo del terremoto.
Aquí en mi casa, dijo, he dado posada a
una señorita de apellido Soto, vecina de Alajuela, que temporaba en una finca
de las faldas del cerro Poás y cuenta horrores del terremoto. Que venga esa
señorita, quiero hablar con ella, dije al simpático viejecito. Fue por ella y
momentos después regresó con la señorita Soto, cuyo retrato publicamos. Nos
dijo que en la finca donde ella pasaba una temporada, “Las Trojas”, fue tan violenta la sacudida, que volcó la casa de madera en que vivía; que por el
cerró rodó un gran trecho hasta caer en un bajo donde fue recogida por el dueño
de la finca y que de allí se trasladó al pueblo horrorizada por la catástrofe.
Me habló espantada del terrible rugido subterráneo que siguió al temblor; del
desbordamiento de pequeños riachuelos, por los que bajaron grandes crecientes y
de las miles de calamidades que pasó esa noche por el camino para trasladarse a
Sarchí. La señorita Soto se sentía ese día bastante enferma a consecuencia de
las impresiones que recibiera aquella terrible noche.
La señorita Soto. |
Abandoné Sarchí, con muchas dificultades
pude pasar por el río donde ocurrió el desastre, empresa en la que tardé no
menos de una hora. Allí encontré al señor Presidente de la República y su
comitiva, que de paso para Toro Amarillo, visitó aquellos lugares para
enterarse de la magnitud del desastre. Una de las primeras personas que se
acercaron a saludar al Jefe de la Nación, fue don Roberto Castro, quién explicó
detalladamente a don Ricardo como sobrevino la catástrofe en la que él perdió
su esposa, hijos, casa y fortuna. El señor Presidente hizo presente a Castro
sus condolencias más sinceras, se informó de las demás personas damnificadas y
media hora después siguió para Sarchí.
La Colonia del Toro ha sido abandonada
por sus habitantes hoy 9 de Junio. No queda en aquellos lugares una sola
persona. La avalancha discurrió por los riachuelos Anonos, Gorrión y Agrio
arrastrando árboles, lodo, piedras y todo lo que encontró a su paso; espesor de
la avalancha más de 50 varas; ancho en parte, doscientas e hizo desaparecer
cuatro casas de habitación y entre ellas la máquina de aserrar de Narciso
Blanco. VICTIMAS 11: Jesús Lobo
Canaco, su esposa Celina Herrera y dos
niñitos; Antonio, Celia y su cañada Dorita Herrera; Celín Chavarría su esposa
Ramona y su hija María; Victor Rodríguez. Se oyen sordos ruidos subterráneos y
la tierra tiembla constantemente, motivo por el cual los habitantes han huido,
así como la Comisión de Socorros que enviaron de Grecia. En este momento acaba
de llegar la Comisión que de este lugar fue a prestar auxilios y todos vienen
alarmados.
Casa típica del poblado de Toro Amarillo. |
Anoche (8 de junio) regresaron a esta
capital el señor Presidente de la República y los miembros de su comitiva sin
haber llegado más que hasta Sarchí. Hicieron tentativa de seguir hasta Toro
Amarillo pero los derrumbes del camino hicieron imposible la travesía. El señor
Presidente viene profundamente impresionado de su excursión y de las patéticas
escenas que presenció. Esperamos que la visita del señor Presidente redunde en
beneficios de los damnificados.
Continúan llegando noticias
desconsoladoras de la zona flagelada por los temblores. En las riberas del Río
Grande, se encontró otro cadáver de un niño, arrojado allí por la corriente,
victima seguramente del desastre en el río Sarchí. Pero ¿Quién era él, como se
llamaba y sus padres quiénes son?, Un miembro de la familia de Roberto Castro
no puede ser; este señor perdió dos hijas, Casta y Gloria y el cadáver
encontrado pertenece al sexo masculino, no se puede identificar e
inmediatamente se le dio sepultura. En consecuencia, hay que agregar una
víctima más a la lista de las victimas ocasionadas por aquella terrible
hecatombe.
Entierro de la niña Casta Castro. |
Millones
de peces muertos aparecen en El Colorado.
El Sub-Inspector de Hacienda del
Colorado, puso un telegrama al Inspector General del ramo, informándole de una
excursión que, en lacha de gasolina y por el río, hizo al muelle de Sarapiquí.
Dice que las corrientes han arrojado a un lado y otro del río tal cantidad de
peces muertos, que ocupa todos los guardas en sepultarlos para evitar una
posible peste, que el envenenamiento del agua del río con sustancias minerales
volcánicas es tal, que hasta los tiburones y otros peces muy grandes mueren;
que el domingo último, bajó otra gran creciente de los ríos que nacen en las
faldas del volcán Poás y que desaguan en el Sarapiquí y por último, que las
aguas de aquel río despiden olores tan fétidos que a veces atolondra
respirarlos.
Erupción
Volcánica:
Liberia, 14 de junio de 1912. A las 8
a.m. de hoy se levantó una espesa y negra columna de humo del cráter del volcán
Rincón de la Vieja. La columna fue en aumento dando al cielo un color
amarillento. Hubo alarma en esta población.
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