sábado, 11 de julio de 2015

EL TERREMOTO DE SARCHÍ, 6 DE JUNIO DE 1912, COSTA RICA (SEGUNDA PARTE: NARRACIONES)

EL TERREMOTO DE SARCHÍ, 6 DE JUNIO DE 1912, COSTA RICA (SEGUNDA PARTE: NARRACIONES)


Periódico La Información

Sr. Fernando Borges, Redactor de La Información

Con el propósito de informar gráficamente a nuestros lectores hice viaje a Sarchí, teatro de la catástrofe, por la vía de Atenas y Naranjo. La lluvia rigurosa, el mal estado del camino y los muchos derrumbes de este, me impidió llegar a Toro Amarillo, donde el desastre ha tenido su verdadero centro. Era de verse el afán y buena voluntad con que los campesinos de los alrededores marchaban llevando los pocos auxilios de que disponían, al lugar donde residen sus desgraciados hermanos.

Sarchí se extiende en una corta planicie entre Grecia y Naranjo. Las casas en general, son allí de madera y cubiertas de teja de barro. La iglesia de piedra de Pavas, rodeada de muros espesos de mampostería. Para conocer la violencia de la sacudida me bastó ver todos los techos deshechos. En algunas casas se nos mostró, como efecto del terremoto, la separación completa entre habitaciones que estaban contiguas, a causa de haberse roro las maderas que antes la unían. La Iglesia quedó con grandes hendiduras, a mi juicio inservible, y aunque no la hizo caer el terremoto si derribó parte de uno de los muros que cierran el cementerio. Cuando llegué ahí, todo el mundo estaba consternado; y las gentes, en grupos, hacían los comentarios más desconsolados acerca de la suerte de los montañeses. No se animaban los más a emprender la marcha a la montaña. Las señales dejadas por el terremoto son en verdad a propósito para inducir al espanto; hacia el lado del Poás, un túnel de unos 8 a 10 metros cuadrados, a través del cual aparece el cielo del otro lado del cerro; hacia el lado del volcán de Barba un acantilado a pico da idea del embate del temblor. Sobre todo eso, el comentario cada vez más documentado acerca de las desgracias ocurridas.

En la bajada del Río Grande encontramos grandes derrumbes y el camino obstruido por la gran avenida del río. Allí me salió al paso un grupo de campesinos que se ocupaban en buscar cadáveres de la catástrofe de Sarchí. Entre esos campesinos estaba Roberto Castro quién perdió a su esposa Clotilde Serrano de 19 años de edad y a las hijas de su primer matrimonio Casta y Gloria de 14 y 4 años respectivamente. Castro es un noble y simpático campesino de unos 40 años de edad y su afán es dar con los cadáveres de sus familiares, venía de Atenas donde fue llamado por haberse encontrado en Cebadilla, el cadáver de una joven que resultó ser el de la mayor de sus hijas.

Paso del río Sarchí


El río Sarchí corre por altos paredones y procede de vírgenes selvas que cubren las faldas de la cordillera del Poás. Por cierto que constituye una de las diversiones predilectas del campesino, la de ir a este río a ver bajar las crecientes. A corta distancia del camino, y bajando el río había un pequeño estribo plano, como de media manzana. A este plan no había llegado jamás la sacudida de un temblor; y siendo por lo demás un lugar fresco y fértil, fue escogido por el señor Roberto Castro para asiento de su habitación y establecimiento de un magnífico trapiche movido por agua. Puso allí, pues, su casa de madera, mirando al río y separado de él, por un patio. Al final de este un paredón de tres o cuatro metros de altura, bajaba derecho al cauce. Castro realizaba con su familia, un ejemplar de familias felices; de 40 a 45 años de edad, sano, robusto, trabajador, acomodado, se había casado por segunda vez hace cosa de tres meses, con la Sra. Clotilde Serrano de 19 años de edad, con la que vivía teniendo a su lado a los hijos del primer matrimonio; Casta, Gloria, Emma y Otoniel. En la sala de la casa existía una caja de hierro de cuatro quintales de peso, y encerrados en ella había ₡ 5 000 en efectivo, pagares a favor de Castro, y algunos otros valores de menor importancia.

Emma y Otoniel Castro

A un  lado de la casa, un trapiche con todos sus accesorios, montado a la moderna. La habitación almacenaba dulce en abundancia, destinado al comercio de granos y víveres diversos. A las siete de la noche, aquella familia rezaba la oración y se recogían todos en dormitorio común. Roberto Castro estaba muy temeroso de una catástrofe, especialmente desde que tuvo noticia de los horrores acaecidos el año próximo pasado en Toro Amarillo, paraje de allí no muy lejano. Quizás por esto, o quizás por aviso del corazón, ello es que tres veces se había despertado azorado creyendo escuchar una enorme creciente de agua que venía sobre la casa. Llegó a tanto el temor que le inspiraba esta catástrofe que imaginó el imposible de que la laguna fría del Poás se desbordara por el Sarchí con el peso enorme de sus aguas y su altura. Un día reciente le comunicó sus temores al señor Hermenegildo López, padre de su primera esposa, y este señor, le aconsejó que dejara la casa y se viniera a vivir a la suya, la cual, si no tan cómoda, estaba cuando menos a mayor altura y por lo mismo más distante del río. Este proyecto le pareció prudente; pero lo deshizo la negativa rotunda de su joven esposa, quién se hallaba segura y feliz en la propia y no quería, de fijo, trasladarse a vivir con parientes de la primera esposa de su marido.

Roberto y Clotilde Castro
Con Roberto Castro me vine hasta este pueblo y por el camino me contó la historia de la catástrofe. He aquí su relato:

“La noche del terremoto, después de rezar las acostumbradas oraciones, nos acostamos a las 7:00 p.m.; y a la media noche con 30 minutos sentimos el terremoto. Se encendió la vela de sebo. Todos nos alarmamos mucho, abandonamos el lecho y salimos al patio de la casa que dista 10 metros del río.

En ese momento sentimos un extraño y pavoroso ruido y mi esposa acompañada de Casta creyeron que se trataba de una gran creciente y se acercaron al río para verla bajar. En ese momento los ruidos eran muy horribles todavía y yo, comprendiendo que se trataba de un cataclismo les grité: Muchachas, corran a la casa, eso no es creciente, eso es algo peor. Ellas obedecieron y aterrorizadas llegaron a la casa quedando paradas en la puerta de la misma, dispuestas ya a sacar a la pequeña Gloria, que permanecía dormida, con propósito de huir. Yo continuaba en el patio y a mi lado estaban mis hijos Otoniel de 12 años y Emma de 8. En esos instantes sopló un terrible huracán que arrancó la casa con gran estrépito y la voló por los aires, y al tiempo que de nuevo violentamente se sacudía el suelo, bajó la cabeza de agua y un fuerte olor a azufre les quitó la respiración. Yo tomé a Otoniel y a Emma por los brazos y salí a escape con ellos, subimos los tres a una loma y desde la altura contemplé aterrorizado el cuadro más horrible que haya visto en mi vida; que el río se había convertido en un inmenso caudal de agua negra que cubría toda la rivera y que despedía un persistente olor a azufre. Todo había desaparecido, la casa, el cerco y los animales. Mis hijos estaban estrechamente abrazados conmigo y a pesar del ruido yo procuraba gritar llamando a mi esposa y a Casta a quienes comprendí que se las había tragado aquella creciente negra y pestilente. En la loma permanecimos toda la noche hasta que en la madrugada el frío nos hizo retirarnos hacia Sarchí.”

Dice Castro que en este instante una gran luminaria llenaba aquel abismo; un olor a espantoso e inaguantable les quitó la respiración; y como si el viento hubiese tenido unos fuertes puños, la casa fue arrojada a la hondonada con el plan de terreno donde se asentaba.

Lo que allí ocurrió fue inimaginable; y los mismos testigos del hecho lo único que recuerdan es que poseídos del pánico más espantoso siguieron corriendo hacia arriba a donde se salvaron. El agua alcanzó, según cálculos, que hice con el joven Biolley, a quién me encontré por allá, 42 m de altura en aquel sitio. Si la casa hubiera sido arrebatada por la corriente, ninguno de sus habitantes se salva; si hubiera caído por el huracán, los daños se verían en otros lugares también, aparte de que Castro y sus hijos, Otoniel y Emma, hubiesen tenido que ceder al embate del viento y caer ellos también. Lo más probable es, por consiguiente que el temblor desquiciara toda aquella especie de grada y que un nuevo movimiento, de los muchos que se sucedieron al temblor fuerte, o tal vez el impulso del agua, lograra arrancarla hacia el abismo.

La cruz (a lado izquierdo de la foto) señala el lugar donde estaba la casa de Roberto Castro.

En otro terraplén, también a orillas del Río y un poco más debajo de la casa de Castro, vivía David Ugalde y un pobre jornalero, con su esposa. Las casas estaban inmediatas y momentos después del temblor fuerte, Castro oyó que David le gritó desde la suya: Compadre, la cosa se pone fea; huyamos. El río formó en todo aquel trayecto grandes playones y arrastró los árboles de una y otra orilla, y conste que el Sarchí es tan profundo y encajonado como el Virilla. La creciente se llevó el hermoso puente de hierro y madera, y lo arrojó a unos kilómetros de distancia de allí.

La cruz (a la derecha de la foto) muestra la ubicación donde estaba la casa de David Ugalde 

Cuando llegué al lugar de la catástrofe, centenares de curiosos que habían concurrido de los pueblos vecinos, contemplaban desde las alturas los estragos del cataclismo. A esa hora, el paso por el río era todo punto imposible, y un joven de Grecia que cometió la imprudente empresa de atravesarlo a pie, hubiera perecido si no le arrojan una soga con la que se salvó.


Sarchí, 7 de Junio a las 7:00 p.m.

Acaba de llegar a esta ciudad, procedente de Toro Amarillo uno de los vecinos más importantes de esa localidad y dice que desde hace varios días se venían sintiendo temblores en aquella zona y que todos los vecinos vivían en constante alarma. La noche de la catástrofe el Poás hizo una imponentísima erupción de fuego. Se sintió un horroroso temblor, el movimiento nos botó al suelo, se produjo un espantoso ruido y salimos huyendo hacia las montañas. En las cercanías de mi casa fallecieron Jesús Esquivel, su esposa, dos hijos y una cuñada; Pantaléon Rodríguez, su esposa y dos hijos. No recuerdo los nombres de los demás muertos, pero creo que debe haber muchas víctimas. La casa y el aserradero de don Narciso Blanco fueron destruidos.

Sarchí, 7 de Junio a las 8:00 p.m.

Varias comisiones han salido para Toro Amarillo. Yo salgo esta noche, no obstante que hace un pésimo tiempo. Se sospecha que los sobrevivientes en aquella zona están careciendo de alimentos y se han refugiado en las montañas. Varias cuadrillas de peones se ocupan en limpiar el camino aterrado y se espera que mañana quedara expedito. El gobierno ha mandado tiendas de campaña para los damnificados. En uno de los cerros aislados al NE se nota una inmensa grieta y varios derrumbes de los cuales vierte agua en abundancia. Sigue temblando con alguna frecuencia; sin embargo, los temblores son de poca intensidad.

Estuve esta tarde en el lugar de la catástrofe en Sarchí, aquello da horror. Parece que una fuerza superior hubiera pasado arrastrándolo todo: los árboles, las casas, los animales y los hombres. He tomado muchas fotografías. No han aparecido todavía los cadáveres de David Ugalde y de su esposa.  Castro perdió ₡ 5000 en efectivo que tenía en una caja de hierro y la hacienda y sus dependencias que valían unos ₡ 20000 (veinte mil colones). La Municipalidad de Alajuela donó ₡ 500 para los damnificados, el pueblo se muestra agradecido. En el lugar de la catástrofe se encontraron ahogados dos bueyes uncidos al yugo. Se cree que el boyero pereció. Los ríos que crecieron en Toro Amarillo con el Gorrión, Los Anonos y el Desagüe: casi todas las familias que viven en esos lugares perecieron. El pueblo está consternado pensando en los trabajos y privaciones que están pasando los sobrevivientes.

Se oye en esto momentos otra fuerte creciente del Sarchí. El cura ha desaparecido presa de terrible pánico.

Esa misma noche dispuse marchar a Toro Amarillo. No habiéndome sido posible pasar de San Jerónimo, donde entre otras razones se me dijo que el camino estaba obstruido por los derrumbes y además inutilizado por las fuertes lluvias, regresé a Sarchí. Se me dijo que momentos antes había llegado de Toro Amarillo el señor Juan Pérez, con su familia, quién traía extensos y detallados informes de la magnitud del desastre en aquella zona; y a su casa de habitación me dirigí. Era la media noche y aquellas pobres gentes dormían Llamé a la puerta de la casa, y don Juan se levantó prontamente a recibirme. Con él celebré a esa hora una entrevista y me dijo más o menos lo siguiente:

“Entre el cráter viejo y el nuevo del volcán Poás y en las crestas de las montañas nacen varios ríos que van de Sur a Norte a caer en el Toro Amarillo; este nace también allí. Esos ríos que son los más importantes, se llaman; Anonos, Gorrión y Desagüe. Corren por una región fértil, honda y bastante poblada. Entre el río Toro Amarillo y Gorrión está un pequeño pueblo llamado “La Aldea”  y de allí y los alrededores contó una estadística recientemente levantada 60 alumnos de edad escolar, pues no hace muchos días elevamos los vecinos de aquellos caseríos un memorial al Gobierno para que establezca allí una escuela. Yo vivía en La Aldea y cuando sobrevino el terremoto, no miré el momento de retirarme de paraje tan peligroso. En medio de las sombras comencé a andar junto con mis familiares, haciéndolo con tales inconvenientes y dificultades que a cada paso nos asaltaba el desconcierto y nos proponíamos dejarnos perecer allí. Encontramos grietas tan ondas y anchas, que fue preciso salvarlas mediante travesaños hechos con palos. Además, como los ríos estaban tan crecidos y no daban vado, tuvimos que permanecer sin posible paso, conformándonos con esperar el día siguiente y escuchando los gritos de otros que, como nosotros, andaban vagando por los montes. Nosotros éramos mi padre, mi esposa, dos hijos pequeños y yo.”

El señor Juan Pérez y su familia, al regresar de Toro Amarillo.

Allí tuvimos noticias de 15 muertos en aquella región. Para mí, dado que las aguas se juntaron en abundancia tal que pudieron arrastrar y destruir la máquina de don Narciso Blanco, situadas en el ángulo que forma el río Desagüe al caer en Toro Amarillo; y sabido que hay multitud de viviendas, para mi digo, la inundación debe haber ocasionado daños muy grandes y perdida de muchas vidas de que no tenemos noticias todavía.

Casa de Narciso Blanco, antes del terremoto

Y dígame usted señor Pérez, ¿Fue tan fuerte como se dice el terremoto en aquella zona? Ave María, espantosamente fuerte. Le explicaré a usted. Hacía días venía temblando casi de hora en hora, pero la verdad es, que los tales temblorcillos no valían la pena. Mi familia y yo dormíamos la noche del terremoto, cuando fuimos despertados por un movimiento trepidatorio de bastante intensidad. Luego siguió uno, dos, tres, cuatro temblores débiles, que eran seguidos de fuertes rugidos. Llamé la atención de mi padre acerca de lo original de aquél fenómeno y él me dijo: es seguramente el Poás, que está inquieto. Me levanté y salí al patio de la casa a curiosear que había de nuevo en el cráter del volcán y nada de extraordinario pude observar. No llovía y la noche estaba bastante oscura. Me disponía a entrar a la casa cuando sobrevino el terremoto. ¡Dios mío!  Exclamé, ¿Qué es esto? Me tambaleaba como un ebrio; traté de ganar la puerta, pero no lo logré; la sacudida me arrojó al suelo. A todo esto, llegaban hasta mí los gritos desesperados de mi padre, esposa e hijos, que pedían auxilio. Una inmensa luminaria de bolas de fuego que arrojó en esos momentos el volcán, iluminó todo el valle, y de mí se apoderó un miedo espantoso, terrible, que me hizo pensar un instante en el fin del mundo; y en medio de aquella mi terrible agonía, baje la cabeza hasta pegarla a la tierra y encomendé mi alma a Dios.

La tierra crujía desesperadamente; las montañas se tambaleaban; los animales aullaban de modo pavoroso; fue aquel un momento tan horriblemente feo, que yo, francamente, creí  morir. Pasado el temblor, el volcán dejó de vomitar fuego y momentos después se me acercaron mi esposa, padre e hijos. ¡Huyamos! Les dije; tomé en brazos a uno de los pequeños, otro tomó mi padre y nos internamos en la montaña, y aquí nos tiene usted contando la historia por un milagro de la Virgen Santísima, a quién le pedí fervorosamente en lo más terrible de la catástrofe que me salvara con todos los míos. Y al terminar aquel buen campesino de hacerme la relación notamos que lloraba. ¿Por qué se aflige usted buen hombre?  Le preguntamos. Señor, porque en aquellas montañas tan atrozmente flageladas por la inclemente naturaleza, dejé el trabajo de muchos años, ¿Pero usted volverá allí? YO…..¡Nunca! Terrible ha sido la prueba, para regresar a aquellos lugares; que se pierdan en buena hora, casa, siembras, animales, en fin, todo, pero lo que soy yo, no volveré por allá. A eso de la una de la mañana nos despedimos del Sr. Juan y regresamos al pueblo, pues la casa de habitación de este señor, queda bastante lejos del centro.

No dormimos el resto de la noche. Hacía un frío que calaba los huesos. Con el señor telegrafista, muchacho la mar de bueno y condescendiente, pasé charlando de esa hora hasta las 5 de la mañana. Nos acercamos a una humilde posada, habitada por un venerable anciano, que por 35 años ha sido maestro de escuela de aquel pueblo, y le suplicamos que nos vendiera un poco de café. Gustoso accedió a nuestra súplica y momentos después calentábamos el estómago con una taza del aromático líquido, que nos supo a gloria. Mientras tanto, el anciano nos explicaba algunos episodios de los ocurridos en el pueblo la noche anterior, con motivo del terremoto.

Aquí en mi casa, dijo, he dado posada a una señorita de apellido Soto, vecina de Alajuela, que temporaba en una finca de las faldas del cerro Poás y cuenta horrores del terremoto. Que venga esa señorita, quiero hablar con ella, dije al simpático viejecito. Fue por ella y momentos después regresó con la señorita Soto, cuyo retrato publicamos. Nos dijo que en la finca donde ella pasaba una temporada, “Las Trojas”, fue tan violenta la sacudida, que volcó la casa de madera en que vivía; que por el cerró rodó un gran trecho hasta caer en un bajo donde fue recogida por el dueño de la finca y que de allí se trasladó al pueblo horrorizada por la catástrofe. Me habló espantada del terrible rugido subterráneo que siguió al temblor; del desbordamiento de pequeños riachuelos, por los que bajaron grandes crecientes y de las miles de calamidades que pasó esa noche por el camino para trasladarse a Sarchí. La señorita Soto se sentía ese día bastante enferma a consecuencia de las impresiones que recibiera aquella terrible noche.

La señorita Soto.

Abandoné Sarchí, con muchas dificultades pude pasar por el río donde ocurrió el desastre, empresa en la que tardé no menos de una hora. Allí encontré al señor Presidente de la República y su comitiva, que de paso para Toro Amarillo, visitó aquellos lugares para enterarse de la magnitud del desastre. Una de las primeras personas que se acercaron a saludar al Jefe de la Nación, fue don Roberto Castro, quién explicó detalladamente a don Ricardo como sobrevino la catástrofe en la que él perdió su esposa, hijos, casa y fortuna. El señor Presidente hizo presente a Castro sus condolencias más sinceras, se informó de las demás personas damnificadas y media hora después siguió para Sarchí.

La Colonia del Toro ha sido abandonada por sus habitantes hoy 9 de Junio. No queda en aquellos lugares una sola persona. La avalancha discurrió por los riachuelos Anonos, Gorrión y Agrio arrastrando árboles, lodo, piedras y todo lo que encontró a su paso; espesor de la avalancha más de 50 varas; ancho en parte, doscientas e hizo desaparecer cuatro casas de habitación y entre ellas la máquina de aserrar de Narciso Blanco. VICTIMAS 11:  Jesús Lobo Canaco, su esposa Celina Herrera  y dos niñitos; Antonio, Celia y su cañada Dorita Herrera; Celín Chavarría su esposa Ramona y su hija María; Victor Rodríguez. Se oyen sordos ruidos subterráneos y la tierra tiembla constantemente, motivo por el cual los habitantes han huido, así como la Comisión de Socorros que enviaron de Grecia. En este momento acaba de llegar la Comisión que de este lugar fue a prestar auxilios y todos vienen alarmados.

Casa típica del poblado de Toro Amarillo.

Anoche (8 de junio) regresaron a esta capital el señor Presidente de la República y los miembros de su comitiva sin haber llegado más que hasta Sarchí. Hicieron tentativa de seguir hasta Toro Amarillo pero los derrumbes del camino hicieron imposible la travesía. El señor Presidente viene profundamente impresionado de su excursión y de las patéticas escenas que presenció. Esperamos que la visita del señor Presidente redunde en beneficios de los damnificados.

Continúan llegando noticias desconsoladoras de la zona flagelada por los temblores. En las riberas del Río Grande, se encontró otro cadáver de un niño, arrojado allí por la corriente, victima seguramente del desastre en el río Sarchí. Pero ¿Quién era él, como se llamaba y sus padres quiénes son?, Un miembro de la familia de Roberto Castro no puede ser; este señor perdió dos hijas, Casta y Gloria y el cadáver encontrado pertenece al sexo masculino, no se puede identificar e inmediatamente se le dio sepultura. En consecuencia, hay que agregar una víctima más a la lista de las victimas ocasionadas por aquella terrible hecatombe.

Entierro de la niña Casta Castro.

Millones de peces muertos aparecen en El Colorado.

El Sub-Inspector de Hacienda del Colorado, puso un telegrama al Inspector General del ramo, informándole de una excursión que, en lacha de gasolina y por el río, hizo al muelle de Sarapiquí. Dice que las corrientes han arrojado a un lado y otro del río tal cantidad de peces muertos, que ocupa todos los guardas en sepultarlos para evitar una posible peste, que el envenenamiento del agua del río con sustancias minerales volcánicas es tal, que hasta los tiburones y otros peces muy grandes mueren; que el domingo último, bajó otra gran creciente de los ríos que nacen en las faldas del volcán Poás y que desaguan en el Sarapiquí y por último, que las aguas de aquel río despiden olores tan fétidos que a veces atolondra respirarlos.

Erupción Volcánica:


Liberia, 14 de junio de 1912. A las 8 a.m. de hoy se levantó una espesa y negra columna de humo del cráter del volcán Rincón de la Vieja. La columna fue en aumento dando al cielo un color amarillento. Hubo alarma en esta población.    

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