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Hornilla de la Montaña en 1914 (hoy se conoce como las hornillas de Miravalles) |
Ascenso al volcán Miravalles en 1914
Por Ricardo Fernández Peralta y J. F. Tristán, 1914
Boletín de Fomento, Órgano del Ministerio de Fomento
Año IV Marzo - 1914 Número 3
Sección Científica
Dice el Dr. Karl Sapper que los volcanes
del Guanacaste son los menos conocidos de Centro América. Las referencias que
de ellos tenemos son relativamente escasas y los pocos datos de valor que
existen son casi totalmente desconocidos para nuestro público y lo que es más
penoso para la mayoría de los miembros del Personal Docente, quienes a menudo
en las escuelas incurren en graves errores. Desgraciadamente nuestros estudios
geográficos, paralizados desde hace varios años, contienen muy pocas
referencias de la «Cordillera volcánica del Norte» y los estudios del Dr. A.
von Frantzius sobre nuestros volcanes no se han traducido todavía aunque fueron
publicados en 1861, es decir hace 53 años, ¡más de medio siglo! No debe
extrañarnos, pues, que al estudiar cada uno de los volcanes de la cordillera citada
en nuestras geografías no existan ni los datos sobre su aspecto general, grados
de actividad y menos aún sobre la forma y constitución de sus cráteres (Die mittelamerikanischen Vulcane. Dr.A. Pettermens Mitteilungen Erganzungshelf. Nr.
178-1913). Es cierto que los estudios del Dr. Sapper han venido a
dar mucha luz sobre el Orosí y que el Dr. von Seebach nos dejó algunas notas
muy interesantes sobre el volcán Tenorio.
En 1861 dice el Dr. Frantzius que el
Miravalles es un volcán doble, que el cono oriental lleva el nombre de
Cuipilapa y que en sus faldas hay fuentes sulfurosas calientes. Con respecto a
la actividad del volcán, agrega el mismo Dr. Frantzius, que “el cráter, al cual
nadie ha podido llegar, arroja de tiempo en tiempo nubes de humo acompañadas con
un ruido semejante al trueno”. Esto no se ha podido comprobar y parece más bien
que el cráter del Miravalles está completamente apagado desde hace muchísimos
años. Esto escribió hace 53 años uno de los más grandes geógrafos y
naturalistas que han visitado nuestro territorio.
Catorce años después, es decir en 1875, el
Dr. Karl von Seebach dice en su diario de sus viajes por el Guanacaste, que el
4 de enero del año citado llegó a la hacienda «Miravalles» con el propósito de
llegar a la cumbre del volcán, pero que por estar el cerro casi nublado y no
poder conseguir un guía abandonó su tentativa.
J. F. Tristán pretendió en 1903 hacer un
reconocimiento de los volcanes Tenorio, Miravalles y Rincón de la Vieja. Por muy
diversas razones no le fue posible visitar más que las hornillas del Miravalles
y Rincón de la Vieja sin haber logrado llegar a los cráteres. Los datos
recogidos en aquella época sobre el cráter del Miravalles fueron tan vagos que
no permitieron formar un juicio siquiera aproximado de su aspecto y
dimensiones. Se me citaron los nombres de algunas personas que habían logrado
llegar a la cumbre, pero es lo cierto que no existe ninguna relación completa
del cráter del Miravalles.
El
ascenso al volcán Miravalles
El sábado 24 de enero partí de la villa
de Bagaces para la hacienda Miravalles con el propósito de hacer la ascensión
al volcán y visitar las hornillas. El camino se eleva insensiblemente hasta 480
metros sobre el nivel del mar, altura en que se halla situada la casa de
Miravalles. Las tres horas que se emplean en hacer este recorrido, se hacen
agradables al viajero por lo pintoresco del camino, que a medida que se eleva
ofrece una bella vista sobre las inmensas planicies guanacastecas y el
pintoresco golfo de Nicoya. Los campos aparecen cubiertos de restos volcánicos,
los cuales dan al paisaje un aspecto particular. Al NE, el imponente cono del
volcán aparece coronado de nubes y cubierto de vegetación hasta la cima,
rivalizando en altura con sus vecinos el Tenorio y el Rincón de la Vieja.
El clima en esta región es fresco y los
pastos se mantienen verdes durante casi toda la estación seca. En esta zona el
terreno comienza a accidentarse formando lomas en la misma dirección de la cordillera
principal. El día 25 emprendí viaje hacia Las Hornillas acompañado de algunos
amigos y el guía. El camino no ofrece ninguna dificultad. Atraviesa
primeramente algunas fajas de antiguos bosques que se extienden paralelamente a
los ríos; luego flanquea una loma cubierta de rocas volcánicas y continúa ascendiendo
por la falda del cerro Santa Rosa hasta la primera hornilla que se halla a 690
metros sobre el nivel del mar. Esta hornilla está situada en un potrero próximo
a la montaña y tiene una superficie de 50 metros cuadrados: en sus inmediaciones
corre la quebrada La Danta. Está formada por un gran número de solfataras casi
apagadas y dos batideros: uno casi extinguido y el otro, que muestra bastante
actividad, produce explosiones de un barro oleaginoso y gris, que lanza a diez
o veinte centímetros de altura.
Esta hornilla es sin duda la más
antigua, a juzgar por el gran número de solfataras extintas que aun se ven en
ella. El guía me aseguró que la actividad disminuye rápidamente, pues recuerda
haber visto hace algunos años varios batideros muy activos, los cuales se han
secado dejando apenas trazas del lugar donde se hallaban. La actividad en esta
hornilla casi ha desaparecido y creo que dentro de poco tiempo se extinguirá
por completo. Como no ofrecían gran interés estos batideros me encaminé en seguida
hacia la segunda hornilla que dista de ésta unos 250 metros al NE y está lo
metros más elevada que la anterior. Esta segunda hornilla tiene una superficie
mucho mayor, quizá de unos 80 metros cuadrados: está situada al pie de una peña
de lo metros de altura. En el centro de ella hay una solfatura, la más grande
de todas las que hasta entonces había visto y se halla en estado de gran
actividad. Su boca está situada entre dos rocas cubiertas de una gruesa capa de
azufre; una gran columna de vapor de agua que de ella se desprende se condensa
inmediatamente a causa de los vientos fríos procedentes de la montaña. El
desprendimiento de anhídrido sulfuroso y de hidrógeno sulfurado es muy fuerte.
Al lado Norte de la peña hay otra
solfatara activa, pero menos que la anterior; otras muchas, menores que ésta,
se hallan diseminadas por la peña, todas ellas en actividad. A 8 o 10 metros de
su pie se hallan unos 15 batideros, algunos de ellos de grandes dimensiones y
muy activos. El mayor está situado dentro de una peñita en forma de cueva; las
explosiones que produce son fuertes, lanzando gran cantidad de lodo a más de un
metro de altura. Los otros batideros son un poco más pequeños que éste, pero
producen también explosiones acompañadas de un ruido sordo. Estos batideros
distan los unos de los otros de 1 a 2 metros y en el invierno, el agua que procedente
de la montaña, desciende por la peña y los une a todos entre sí, formando una
laguneta cuyas aguas, agitadas por las explosiones, forman un oleaje continuo
que desagua en la quebrada La Danta, afluente del río Blanco. Este segundo
grupo de batideros y solfataras es muy activo, y las columnas de vapor de agua
que de él se desprenden se observan desde lejos, sobre todo en los días de
calma.
Después de haber recorrido con bastante
atención todos los puntos de mayor interés, partí para la Poza Verde, situada a
varios kilómetros de allí, a la que llegué a las 2 p. m. Es una laguna de unos
10 metros cuadrados de superficie y de más o menos metro y medio de
profundidad; situada a 600 metros sobre el nivel del mar, no tiene más interés
que el de ser de una agua que contiene azufre y sulfatos de cal y de soda. En
sus orillas flota una nata verde; de allí su nombre.
Un curioso fenómeno ocurre en dicha
poza; se agitan sus aguas al producirse cualquier ruido; yo mismo hice la
experiencia disparando un tiro de mi revólver. Inmediatamente grandes burbujas
se desprendieron del fondo de la poza, explotando al llegar a la superficie. Permanecí
en aquel lugar una media hora y continué hacia la casa de Miravalles con la
esperanza de poder efectuar al día siguiente la ascensión del cono, tan penosa
según la gente de aquellos lugares. En la noche del 25 partí de Miravalles para
el Guayabo, finca la más próxima al volcán, para emprender muy temprano el
viaje hacia la cima. A las 8 a. m. del 26 dejábamos los últimos llanos, Las Mesas, y comenzábamos a subir El Pedrero,
falda NE del volcán, llamada así por la gran cantidad de rocas volcánicas que
cubren casi toda su superficie.
La ascensión se efectuó con lentitud para
evitar cualquier accidente, pues las bestias tienen que subir por entre rocas y
muchas ve ces sobre ellas. A medida que se avanza, la pendiente es cada vez mayor
hasta el extremo de hacer el camino impracticable para las bestias. Eran las 9
y 30 cuando desmontarnos para continuar la marcha a pie, el barógrafo marcaba
1190 metros sobre el nivel del mar. Lo irregular del terreno y el gran número
de huecos que en él hay, hacen penosa la ascensión; hora y media tardamos en
llegar desde donde dejamos nuestras bestias hasta la entrada de la montaña.
Desde este lugar la vista es insuperable: se domina toda la parte Norte de nuestro
territorio y gran parte del de Nicaragua.
Inmediatamente continuamos el viaje
hacia el filete de la falda que subíamos para seguir por él hasta el punto
culminante del cerro: como no había vereda nos fue necesario hacerla
zigzagueando continuamente porque era ya imposible seguir en línea recta a
causa de la gradiente del terreno. Poco más de una hora empleamos en llegar al
filete; allí hicimos nuestro primer descanso, para emprender la marcha minutos
después, continuando hasta llegar al borde de un enorme precipicio formado por
una de las paredes del antiguo cráter.
En este lugar es donde comienza la parte
peligrosa de la subida; el filete se angosta hasta tener menos de medio metro;
hace un descenso rapidísimo por un derrumbamiento y continúa inmediatamente por
una elevación brusca, terminando en una roca inaccesible, como no la pudimos
bordear, tuvimos que escalarla para poder continuar la ascensión. Logramos
salvar este mal paso y continuamos el camino sin mayores dificultades. Nos
dirigimos al Norte, hacia la cresta terminal, formada por tres picos, cubiertos
de una exuberante vegetación. Sin gran trabajo llegamos al primero, desde el cual
observamos que el segundo era el más elevado de los tres. El barógrafo indicaba
1724 metros. A las 2 y 15 p. m., después de cinco horas de camino a pie, llegamos
al segundo pico, que como supusimos era el punto culminante del volcán.
Efectivamente: estábamos a 1730 metros sobre el nivel del mar. La tercera cima
aparecía más baja que nosotros, pero queríamos cerciorarnos de ello;
emprendimos hacia allá la marcha, convenciéndonos, una vez más, de nuestra
suposición: el barógrafo indicó 1721 metros.
Retornamos inmediatamente a la segunda
cima, donde nos vimos obligados a despejar la montaña para poder permanecer en
aquel sitio. Las nubes cubrían la parte superior del cono, y ello nos impidió gozar
del paisaje que tanto deseábamos ver. La temperatura fue de
12,2 °C. Durante la hora que
permanecimos en la cumbre; todo vestigio de actividad ha desaparecido en la
región superior. Los precipicios situados al NE están formados por las paredes
que en épocas anteriores constituían el cráter y que la vegetación ha invadido.
Los arrayanes han sido reemplazados por bosques fértiles que esperan al
agricultor para contribuir con sus riquezas al sustento de los descendientes de
aquellos que quizá en otros tiempos arruinó.
El descenso presenta muchas menos dificultades.
En el paso del filete logré tomar una vista que da una vaga idea de la magnitud
del precipicio. Sin ninguna novedad llegamos al sitio en que habíamos dejado
nuestras bestias, y al regresar saboreábamos la gran satisfacción de haber sido
los primeros en llegar a la cumbre del «Miravalles». Como teníamos el tiempo
limitado, el día siguiente de nuestra ascensión al volcán exploramos el río Blanco,
llamado así por el color lechoso de sus aguas. Visitamos sus cabeceras y
encontramos que está formado por la unión de tres riachuelos: dos de ellos
descienden por la falda NE del Miravalles y el tercero parece tener su nacimiento
en el antiguo cráter del volcán. Las aguas de estos riachuelos son límpidas y
no contienen ninguna sustancia mineral. El río se desliza rápidamente hasta los
llanos de Las Mesas, en donde recoge las aguas de unas fuentes minerales, que
han llamado de Vichy, por tener un gusto semejante al de las aguas de este
nombre. El agua de estas fuentes, cuyo nacimiento no está lejos del río Blanco,
contiene, al parecer, gran cantidad de óxidos e hidratos de hierro. A un
centenar de metros de esta confluencia, las aguas se ponen blancas, debido a la
presencia de unas cuatro o cinco boquillas situadas en el lecho del río, de las
cuales brota una sustancia blanca que, según Beutel contiene: azufre, alúmina,
sulfato de soda, cal, magnesia, cloruro de soda, carbonato de cal y otras
sustancias en menor cantidad.
El río continúa blanco hasta la
confluencia con el Agrio, cuyas aguas que contienen ácido sulfúrico, precipitan
las sustancias en suspensión en las aguas del río Blanco. El fenómeno químico
que allí ocurre es de lo más curioso: las aguas del río Blanco se aclaran y se
deposita en el fondo de ellas una sustancia roja que da al río el aspecto de
una gran herida; así continúa por varios kilómetros hasta su confluencia con
las aguas de otras fuentes minerales de «Vichy».
En dicha confluencia la presencia de
unas boquillas del mismo origen que las ya citadas, colorean nuevamente de
blanco las aguas. Las boquillas están en la margen derecha del río, de tal
modo, que las aguas que pasan por encima de ellas se blanquean, mientras que
las de la margen izquierda conservan su color rojizo. Se establece así por
espacio de más de 100 metros una marcada división en el color de las aguas, que
luego se mezclan poco a poco y no de una manera uniforme.
Las aguas de unas fuentes minerales,
cuya composición no pude determinar, completan este complexo fenómeno químico,
pues blanquean de un color uniforme e intenso las aguas del río, que con ese aspecto
continúan hasta mezclarse con el río Las Piedras cerca del mar. Regresé a la
hacienda Miravalles muy satisfecho de mi viaje, con la perspectiva de concluir
mi expedición al día siguiente, con la visita de la gran Hornilla de la Montaña.
Por la tarde del 28, lleno de curiosidad, me encaminé a conocer la famosa
hornilla, que según el guía era de grandes dimensiones y conocida solamente por
él. Tomamos la vereda por entre la montaña, que se extiende a las márgenes de
la quebrada de La Danta.
El ruido sordo producido por las
explosiones del batidero, y un olor fuerte a hidrógeno sulfurado y más tarde a
anhídrido sulfuroso, me indicaron que ya no me hallaba lejos del tercer foco
volcánico. Efectivamente, algunos minutos después pude ver una gran columna de vapor
de agua que se desprendía de una boca que mide próximamente cinco metros
cuadrados de superficie por tres y medio de profundidad, en donde hervía el
mismo lodo gris oleaginoso que había visto anteriormente en los otros
batideros. Grandes explosiones, acompañadas de un fuerte ruido, lanzaban el
barro a intervalos regulares y a más de un metro de altura. En esta hornilla
sólo existe este batidero, pero hay gran cantidad de solfataras en actividad,
que cubren una superficie de más de 60 metros cuadrados; está situada no lejos
de las segundas fuentes de «Vichy».
Más de una hora permanecí en aquel lugar
en contemplación de las explosiones, algunas de las cuales pude fotografiar. En
vista de que nada más había que visitar regresé a la Hacienda Miravalles.
De esta relación que se pueden sacar las
siguientes conclusiones: la actividad del volcán se halla concentrada en sus
faldas, en tres hornillas formadas de batideros y solfataras. Considerando que
en las hornillas mencionadas los batideros se hallan muy próximos a corrientes
de agua y a inferior nivel, mientras que las solfataras, aunque juntas con los
batideros, están siempre a un nivel superior al del agua, creo poder asegurar
que los batideros no son sino solfataras en las que la infiltración de las
aguas, la acción del calor y aun la acción química de los gases, han ido
suavizando la tierra de las paredes de sus bocas y descomponiendo las rocas,
para transformarlas en una masa oleaginosa que al obstruir la salida de los gases,
es lanzada hacia arriba para darles paso. La agitación continua de esta masa,
proviene de la repetición del fenómeno anterior.
Satisfecho de las buenas condiciones en
que efectué mi expedición, preparé mi viaje para San José, contento del buen
éxito obtenido y muy obligado con don Maximiliano Soto por las atenciones que
nos prodigó.
Etiquetas: Ascenso al Volcán Miravalles, Ricardo Fernández