miércoles, 20 de febrero de 2013

Ascenso al volcán Miravalles en 1914


Hornilla de la Montaña en 1914 (hoy se conoce como las hornillas de Miravalles)

Ascenso al volcán Miravalles en 1914
Por Ricardo Fernández Peralta y J. F. Tristán, 1914

Boletín de Fomento, Órgano del Ministerio de Fomento
Año IV Marzo - 1914 Número 3
Sección Científica

Dice el Dr. Karl Sapper que los volcanes del Guanacaste son los menos conocidos de Centro América. Las referencias que de ellos tenemos son relativamente escasas y los pocos datos de valor que existen son casi totalmente desconocidos para nuestro público y lo que es más penoso para la mayoría de los miembros del Personal Docente, quienes a menudo en las escuelas incurren en graves errores. Desgraciadamente nuestros estudios geográficos, paralizados desde hace varios años, contienen muy pocas referencias de la «Cordillera volcánica del Norte» y los estudios del Dr. A. von Frantzius sobre nuestros volcanes no se han traducido todavía aunque fueron publicados en 1861, es decir hace 53 años, ¡más de medio siglo! No debe extrañarnos, pues, que al estudiar cada uno de los volcanes de la cordillera citada en nuestras geografías no existan ni los datos sobre su aspecto general, grados de actividad y menos aún sobre la forma y constitución de sus cráteres (Die mittelamerikanischen Vulcane. Dr.A. Pettermens Mitteilungen Erganzungshelf. Nr. 178-1913). Es cierto que los estudios del Dr. Sapper han venido a dar mucha luz sobre el Orosí y que el Dr. von Seebach nos dejó algunas notas muy interesantes sobre el volcán Tenorio.

En 1861 dice el Dr. Frantzius que el Miravalles es un volcán doble, que el cono oriental lleva el nombre de Cuipilapa y que en sus faldas hay fuentes sulfurosas calientes. Con respecto a la actividad del volcán, agrega el mismo Dr. Frantzius, que “el cráter, al cual nadie ha podido llegar, arroja de tiempo en tiempo nubes de humo acompañadas con un ruido semejante al trueno”. Esto no se ha podido comprobar y parece más bien que el cráter del Miravalles está completamente apagado desde hace muchísimos años. Esto escribió hace 53 años uno de los más grandes geógrafos y naturalistas que han visitado nuestro territorio.

Catorce años después, es decir en 1875, el Dr. Karl von Seebach dice en su diario de sus viajes por el Guanacaste, que el 4 de enero del año citado llegó a la hacienda «Miravalles» con el propósito de llegar a la cumbre del volcán, pero que por estar el cerro casi nublado y no poder conseguir un guía abandonó su tentativa.

J. F. Tristán pretendió en 1903 hacer un reconocimiento de los volcanes Tenorio, Miravalles y Rincón de la Vieja. Por muy diversas razones no le fue posible visitar más que las hornillas del Miravalles y Rincón de la Vieja sin haber logrado llegar a los cráteres. Los datos recogidos en aquella época sobre el cráter del Miravalles fueron tan vagos que no permitieron formar un juicio siquiera aproximado de su aspecto y dimensiones. Se me citaron los nombres de algunas personas que habían logrado llegar a la cumbre, pero es lo cierto que no existe ninguna relación completa del cráter del Miravalles.



El ascenso al volcán Miravalles

El sábado 24 de enero partí de la villa de Bagaces para la hacienda Miravalles con el propósito de hacer la ascensión al volcán y visitar las hornillas. El camino se eleva insensiblemente hasta 480 metros sobre el nivel del mar, altura en que se halla situada la casa de Miravalles. Las tres horas que se emplean en hacer este recorrido, se hacen agradables al viajero por lo pintoresco del camino, que a medida que se eleva ofrece una bella vista sobre las inmensas planicies guanacastecas y el pintoresco golfo de Nicoya. Los campos aparecen cubiertos de restos volcánicos, los cuales dan al paisaje un aspecto particular. Al NE, el imponente cono del volcán aparece coronado de nubes y cubierto de vegetación hasta la cima, rivalizando en altura con sus vecinos el Tenorio y el Rincón de la Vieja.

El clima en esta región es fresco y los pastos se mantienen verdes durante casi toda la estación seca. En esta zona el terreno comienza a accidentarse formando lomas en la misma dirección de la cordillera principal. El día 25 emprendí viaje hacia Las Hornillas acompañado de algunos amigos y el guía. El camino no ofrece ninguna dificultad. Atraviesa primeramente algunas fajas de antiguos bosques que se extienden paralelamente a los ríos; luego flanquea una loma cubierta de rocas volcánicas y continúa ascendiendo por la falda del cerro Santa Rosa hasta la primera hornilla que se halla a 690 metros sobre el nivel del mar. Esta hornilla está situada en un potrero próximo a la montaña y tiene una superficie de 50 metros cuadrados: en sus inmediaciones corre la quebrada La Danta. Está formada por un gran número de solfataras casi apagadas y dos batideros: uno casi extinguido y el otro, que muestra bastante actividad, produce explosiones de un barro oleaginoso y gris, que lanza a diez o veinte centímetros de altura.

Esta hornilla es sin duda la más antigua, a juzgar por el gran número de solfataras extintas que aun se ven en ella. El guía me aseguró que la actividad disminuye rápidamente, pues recuerda haber visto hace algunos años varios batideros muy activos, los cuales se han secado dejando apenas trazas del lugar donde se hallaban. La actividad en esta hornilla casi ha desaparecido y creo que dentro de poco tiempo se extinguirá por completo. Como no ofrecían gran interés estos batideros me encaminé en seguida hacia la segunda hornilla que dista de ésta unos 250 metros al NE y está lo metros más elevada que la anterior. Esta segunda hornilla tiene una superficie mucho mayor, quizá de unos 80 metros cuadrados: está situada al pie de una peña de lo metros de altura. En el centro de ella hay una solfatura, la más grande de todas las que hasta entonces había visto y se halla en estado de gran actividad. Su boca está situada entre dos rocas cubiertas de una gruesa capa de azufre; una gran columna de vapor de agua que de ella se desprende se condensa inmediatamente a causa de los vientos fríos procedentes de la montaña. El desprendimiento de anhídrido sulfuroso y de hidrógeno sulfurado es muy fuerte.

Al lado Norte de la peña hay otra solfatara activa, pero menos que la anterior; otras muchas, menores que ésta, se hallan diseminadas por la peña, todas ellas en actividad. A 8 o 10 metros de su pie se hallan unos 15 batideros, algunos de ellos de grandes dimensiones y muy activos. El mayor está situado dentro de una peñita en forma de cueva; las explosiones que produce son fuertes, lanzando gran cantidad de lodo a más de un metro de altura. Los otros batideros son un poco más pequeños que éste, pero producen también explosiones acompañadas de un ruido sordo. Estos batideros distan los unos de los otros de 1 a 2 metros y en el invierno, el agua que procedente de la montaña, desciende por la peña y los une a todos entre sí, formando una laguneta cuyas aguas, agitadas por las explosiones, forman un oleaje continuo que desagua en la quebrada La Danta, afluente del río Blanco. Este segundo grupo de batideros y solfataras es muy activo, y las columnas de vapor de agua que de él se desprenden se observan desde lejos, sobre todo en los días de calma.

Después de haber recorrido con bastante atención todos los puntos de mayor interés, partí para la Poza Verde, situada a varios kilómetros de allí, a la que llegué a las 2 p. m. Es una laguna de unos 10 metros cuadrados de superficie y de más o menos metro y medio de profundidad; situada a 600 metros sobre el nivel del mar, no tiene más interés que el de ser de una agua que contiene azufre y sulfatos de cal y de soda. En sus orillas flota una nata verde; de allí su nombre.

Un curioso fenómeno ocurre en dicha poza; se agitan sus aguas al producirse cualquier ruido; yo mismo hice la experiencia disparando un tiro de mi revólver. Inmediatamente grandes burbujas se desprendieron del fondo de la poza, explotando al llegar a la superficie. Permanecí en aquel lugar una media hora y continué hacia la casa de Miravalles con la esperanza de poder efectuar al día siguiente la ascensión del cono, tan penosa según la gente de aquellos lugares. En la noche del 25 partí de Miravalles para el Guayabo, finca la más próxima al volcán, para emprender muy temprano el viaje hacia la cima. A las 8 a. m. del 26 dejábamos los últimos llanos,  Las Mesas, y comenzábamos a subir El Pedrero, falda NE del volcán, llamada así por la gran cantidad de rocas volcánicas que cubren casi toda su superficie.

La ascensión se efectuó con lentitud para evitar cualquier accidente, pues las bestias tienen que subir por entre rocas y muchas ve ces sobre ellas. A medida que se avanza, la pendiente es cada vez mayor hasta el extremo de hacer el camino impracticable para las bestias. Eran las 9 y 30 cuando desmontarnos para continuar la marcha a pie, el barógrafo marcaba 1190 metros sobre el nivel del mar. Lo irregular del terreno y el gran número de huecos que en él hay, hacen penosa la ascensión; hora y media tardamos en llegar desde donde dejamos nuestras bestias hasta la entrada de la montaña. Desde este lugar la vista es insuperable: se domina toda la parte Norte de nuestro territorio y gran parte del de Nicaragua.

Inmediatamente continuamos el viaje hacia el filete de la falda que subíamos para seguir por él hasta el punto culminante del cerro: como no había vereda nos fue necesario hacerla zigzagueando continuamente porque era ya imposible seguir en línea recta a causa de la gradiente del terreno. Poco más de una hora empleamos en llegar al filete; allí hicimos nuestro primer descanso, para emprender la marcha minutos después, continuando hasta llegar al borde de un enorme precipicio formado por una de las paredes del antiguo cráter.

En este lugar es donde comienza la parte peligrosa de la subida; el filete se angosta hasta tener menos de medio metro; hace un descenso rapidísimo por un derrumbamiento y continúa inmediatamente por una elevación brusca, terminando en una roca inaccesible, como no la pudimos bordear, tuvimos que escalarla para poder continuar la ascensión. Logramos salvar este mal paso y continuamos el camino sin mayores dificultades. Nos dirigimos al Norte, hacia la cresta terminal, formada por tres picos, cubiertos de una exuberante vegetación. Sin gran trabajo llegamos al primero, desde el cual observamos que el segundo era el más elevado de los tres. El barógrafo indicaba 1724 metros. A las 2 y 15 p. m., después de cinco horas de camino a pie, llegamos al segundo pico, que como supusimos era el punto culminante del volcán. Efectivamente: estábamos a 1730 metros sobre el nivel del mar. La tercera cima aparecía más baja que nosotros, pero queríamos cerciorarnos de ello; emprendimos hacia allá la marcha, convenciéndonos, una vez más, de nuestra suposición: el barógrafo indicó 1721 metros.

Retornamos inmediatamente a la segunda cima, donde nos vimos obligados a despejar la montaña para poder permanecer en aquel sitio. Las nubes cubrían la parte superior del cono, y ello nos impidió gozar del paisaje que tanto deseábamos ver. La temperatura fue de
12,2 °C. Durante la hora que permanecimos en la cumbre; todo vestigio de actividad ha desaparecido en la región superior. Los precipicios situados al NE están formados por las paredes que en épocas anteriores constituían el cráter y que la vegetación ha invadido. Los arrayanes han sido reemplazados por bosques fértiles que esperan al agricultor para contribuir con sus riquezas al sustento de los descendientes de aquellos que quizá en otros tiempos arruinó.

El descenso presenta muchas menos dificultades. En el paso del filete logré tomar una vista que da una vaga idea de la magnitud del precipicio. Sin ninguna novedad llegamos al sitio en que habíamos dejado nuestras bestias, y al regresar saboreábamos la gran satisfacción de haber sido los primeros en llegar a la cumbre del «Miravalles». Como teníamos el tiempo limitado, el día siguiente de nuestra ascensión al volcán exploramos el río Blanco, llamado así por el color lechoso de sus aguas. Visitamos sus cabeceras y encontramos que está formado por la unión de tres riachuelos: dos de ellos descienden por la falda NE del Miravalles y el tercero parece tener su nacimiento en el antiguo cráter del volcán. Las aguas de estos riachuelos son límpidas y no contienen ninguna sustancia mineral. El río se desliza rápidamente hasta los llanos de Las Mesas, en donde recoge las aguas de unas fuentes minerales, que han llamado de Vichy, por tener un gusto semejante al de las aguas de este nombre. El agua de estas fuentes, cuyo nacimiento no está lejos del río Blanco, contiene, al parecer, gran cantidad de óxidos e hidratos de hierro. A un centenar de metros de esta confluencia, las aguas se ponen blancas, debido a la presencia de unas cuatro o cinco boquillas situadas en el lecho del río, de las cuales brota una sustancia blanca que, según Beutel contiene: azufre, alúmina, sulfato de soda, cal, magnesia, cloruro de soda, carbonato de cal y otras sustancias en menor cantidad.

El río continúa blanco hasta la confluencia con el Agrio, cuyas aguas que contienen ácido sulfúrico, precipitan las sustancias en suspensión en las aguas del río Blanco. El fenómeno químico que allí ocurre es de lo más curioso: las aguas del río Blanco se aclaran y se deposita en el fondo de ellas una sustancia roja que da al río el aspecto de una gran herida; así continúa por varios kilómetros hasta su confluencia con las aguas de otras fuentes minerales de «Vichy».

En dicha confluencia la presencia de unas boquillas del mismo origen que las ya citadas, colorean nuevamente de blanco las aguas. Las boquillas están en la margen derecha del río, de tal modo, que las aguas que pasan por encima de ellas se blanquean, mientras que las de la margen izquierda conservan su color rojizo. Se establece así por espacio de más de 100 metros una marcada división en el color de las aguas, que luego se mezclan poco a poco y no de una manera uniforme.

Las aguas de unas fuentes minerales, cuya composición no pude determinar, completan este complexo fenómeno químico, pues blanquean de un color uniforme e intenso las aguas del río, que con ese aspecto continúan hasta mezclarse con el río Las Piedras cerca del mar. Regresé a la hacienda Miravalles muy satisfecho de mi viaje, con la perspectiva de concluir mi expedición al día siguiente, con la visita de la gran Hornilla de la Montaña. Por la tarde del 28, lleno de curiosidad, me encaminé a conocer la famosa hornilla, que según el guía era de grandes dimensiones y conocida solamente por él. Tomamos la vereda por entre la montaña, que se extiende a las márgenes de la quebrada de La Danta.

El ruido sordo producido por las explosiones del batidero, y un olor fuerte a hidrógeno sulfurado y más tarde a anhídrido sulfuroso, me indicaron que ya no me hallaba lejos del tercer foco volcánico. Efectivamente, algunos minutos después pude ver una gran columna de vapor de agua que se desprendía de una boca que mide próximamente cinco metros cuadrados de superficie por tres y medio de profundidad, en donde hervía el mismo lodo gris oleaginoso que había visto anteriormente en los otros batideros. Grandes explosiones, acompañadas de un fuerte ruido, lanzaban el barro a intervalos regulares y a más de un metro de altura. En esta hornilla sólo existe este batidero, pero hay gran cantidad de solfataras en actividad, que cubren una superficie de más de 60 metros cuadrados; está situada no lejos de las segundas fuentes de «Vichy».

Más de una hora permanecí en aquel lugar en contemplación de las explosiones, algunas de las cuales pude fotografiar. En vista de que nada más había que visitar regresé a la Hacienda Miravalles.

De esta relación que se pueden sacar las siguientes conclusiones: la actividad del volcán se halla concentrada en sus faldas, en tres hornillas formadas de batideros y solfataras. Considerando que en las hornillas mencionadas los batideros se hallan muy próximos a corrientes de agua y a inferior nivel, mientras que las solfataras, aunque juntas con los batideros, están siempre a un nivel superior al del agua, creo poder asegurar que los batideros no son sino solfataras en las que la infiltración de las aguas, la acción del calor y aun la acción química de los gases, han ido suavizando la tierra de las paredes de sus bocas y descomponiendo las rocas, para transformarlas en una masa oleaginosa que al obstruir la salida de los gases, es lanzada hacia arriba para darles paso. La agitación continua de esta masa, proviene de la repetición del fenómeno anterior.

Satisfecho de las buenas condiciones en que efectué mi expedición, preparé mi viaje para San José, contento del buen éxito obtenido y muy obligado con don Maximiliano Soto por las atenciones que nos prodigó.

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sábado, 16 de febrero de 2013

Historia sísmica de Nicoya, siglos del XVI al XIX



Historia sísmica de Nicoya, siglos del XVI al XIX
Geól. Waldo Taylor Castillo

Gil González Dávila fue el descubridor de Nicoya en 1522. Eladio Prado (1924), informa que la parroquia de Nicoya es considerada como la más antigua de Costa Rica, fijándose su fundación entre los años 1522 y 1544. Se sabe que en este último año ya ejercía un sacerdote, la cura de almas, sin que su nombre haya llegado hasta nosotros. La iglesia de Guanacaste (hoy Liberia) dependió de la parroquia de Nicoya hasta el año de 1790. Separadas por el río Tempisque, su población se dividía en dos partes: indios y ladinos. El templo parroquial fue edificado por los franciscanos, que era el más bello de toda la región conocida hoy con el nombre de Guanacaste (Bagaces y Las Cañas pertenecían anteriormente, a la parroquia de Esparza).

La historia sísmica de Nicoya ofrece grandes dificultades debido a que, en dos distintas ocasiones, la Casa Curál fue devorada por las llamas, perdiéndose el archivo. El primer incendio, que destruyó totalmente la población tuvo lugar en el año de 1687, cuando fue incendiada por los piratas ingleses y franceses. El segundo fue ocasionado por un rayo que cayó sobre la Casa Curál en la noche del 23 de agosto de 1783 (Prado, 1924).

Peralta, J. F. (1892), describe el incendio de Nicoya por parte de los Piratas así: “Los piratas Sharp y Dampier incendiaron Nicoya el 12 de febrero de 1687. La descripción de los hechos la he visto en el propio libro de Rameneau de Lussan, quien acompaño a los filibusteros de América de 1684 y años siguientes. Los piratas ingleses y franceses, aunque enemigos entre sí, se unían de todo corazón para a atacar y saquear las poblaciones españolas. Nicoya era de aspecto agradable, con buenas iglesias pero las casas particulares estaban muy mal construidas, hay altas montañas que rodean la población.

Antes de prender fuego al pueblo, los franceses tuvieron cuidado de sacar las imágenes de las iglesias y las que se encontraban en las casas de los vecinos, tanto por ser objetos que ellos reverenciaban, como por librarlos del furor de los ingleses, quienes gozaban en profanar y despedazar todo lo que fuera de culto católico. Después del incendio de Nicoya, los piratas franceses, como era su costumbre, entonaron un sentimiento de Te-Deum en acción de gracias a la Divina Providencia que había coronado de feliz éxito su empresa y los había librado de todo peligro”.

En cuanto a la destrucción por terremotos, Prado (1924) menciona que por tercera vez fue destruido ese templo por los terremotos de 1822, reedificándose en 1827 con un costo de más de seis mil pesos, valor que fue cubierto con los bienes de las cinco cofradías que existían en la parroquia.

En 1751 había en Nicoya 60 familias, 120 casas de paja, distribuidas en desorden, de las cuales 20 de ladinos y las restantes de indios. Los ladinos en toda esta provincia alcanzaban el número de 590 (Prado, 1924). Esto sugiere que, como las casas eran de paja, los terremotos no causaban mayores daños entre la población, y por lo tanto en caso de ser dañadas, eran fácilmente reparadas. Las fechas de los terremotos ocurridos antes y en periodo intermedio de los incendios, se perdieron para siempre, lo que sí parece claro es que antes de 1822, ya Nicoya había sufrido al menos 2 terremotos.

Sabemos que el 3 de marzo de 1822 ocurrió un sismo, al que se le asigna una magnitud de 7,0 localizado en la costa, frente a Quepos, por lo tanto pudo ser este sismo el que provocara daños en Nicoya. El 7 de mayo de 1822 ocurrió el terremoto de San Estanislao (en este blog puede encontrar un relato de ese terremoto). El sismo estuvo localizado muy probablemente en el mar Caribe y por la distancia, no creo que este terremoto sea el que destruyó la iglesia de Nicoya. Prado (1924) usa el plural cuando dice que "el templo de Nicoya fue destruido por los terremotos de 1822", por lo que también es probable que el responsable de los daños sea un enjambre sísmico.

En el libro de Peraldo, G. y Montero, W. (1999), hacen mencion a dos sismos más que afectaron Nicoya y Santa Cruz el 3 de abril de 1826 y el 2 de octubre de 1833.

Por último, el 24 de agosto y el 8 de setiembre de 1853 ocurrieron don sismos de importancia en Guanacaste. El primero destruyó Cañas y el segundo causó daños importantes en los poblados de Nicoya y Filadelfia. A continuación transcribo los informes oficiales del señor Rudecindo Guardia:   

Terremoto del 24 de agosto de 1853
Parte oficial publicado en el periódico oficial la Gaceta el 17 de setiembre de 1853

Gobernación de la Provincia del Guanacaste. Sr. Ministro de Gobernación. Guanacaste, Setiembre 11 de 1853.

Según datos que ha adquirido esta Gobernación y los detalles comunicados por el Jefe Político del Cantón de Bagaces, los estragos hechos por el temblor de 26 de Agosto último (esta fecha es la que dice el parte oficial) en la Villa de Cañas fueron de bastante consideración, pues no solamente se destecharon todas las casas enteramente, sino que también cayeron algunas y las demás quedaron desplomadas. Sin embargo, aquellos vecinos desecharon la oferta que les mandó hacer esta Gobernación de trasladarse a Bagaces a ocupar las casas públicas que existen allí y otros alojamientos que se les había mandado preparar para que pasasen allí los meses restantes de inverno; pero ellos prefirieron reparar en lo posible las casas que no habían caído, aprovechándose de la construcción que es de horcones y las volvieron a cubrir de nuevo en la parte que pudieron con la teja que había quedado sin romperse, y según han manifestado, se hallan ya establecidos otra vez en sus casas.

La comisión que fue a explorar el cerro llamado el “Pelado”, que se supone que era el que había hecho la explosión, regresó después de haber examinado aquel cerro, y según sus investigaciones, se ha sabido que no era allí el origen de los temblores, porque no se encontró ningún vestigio de erupciones, y habiéndose internado los miembros de la Comisión sobre la cordillera advirtieron que hacia el Este se divisaba un pequeño cerro a poca distancia del volcán Tenorio, y que de este se elevaban grandes humaredas de diferente: también observaron la destrucción de una parte de montaña y grandes oquedades de la tierra que se había abierto en grietas.

El ocho del corriente se repitió otro movimiento de tierra bastante fuerte, pero ya no ocasionó estragos en aquella Villa y aunque sigue temblando casi todos los días, es con menos violencia: sin embargo no dejan de quedar atemorizados aquellos vecinos.

Dígnese usted elevar lo expuesto al alto conocimiento de su excelentísimo el Sr. Presidente, y aceptar las protestas de alto respeto con que me suscribo de usted su atento servidor. Dios guare a usted.

Rudecindo Guardia 


Temblor del 8 de setiembre de 1853
Parte oficial publicado en el periódico oficial la Gaceta el 1 de octubre de 1853

Gobernación de la Provincia del Guanacaste. Sr. Ministro de Gobernación. Guanacaste, Setiembre 22 de 1853.

Con fecha 15 de setiembre de 1853, se ha recibido en esta Gobernación un parte oficial del Jefe Político de Santa Cruz, relativo al fuerte temblor de tierra que se sufrió en aquella Villa el día 8 de este mismo mes como a la una de la tarde, que ocasionó varios perjuicios a aquellos moradores en sus casas de habitación, y aun en la Iglesia Parroquial; extendiéndose aquellos hasta el barrio de Siete Cueros (Hoy es la ciudad de Filadelfia), donde también sufrieron bastante, a pesar de que dista siete leguas de San Cruz (unos 35 km); siendo de advertir que en las Villas de Bagaces y Cañas apenas se hizo sentir, y en esta Ciudad, aunque fue dilatado y fuerte, no ocasionó ningún daño en las casas de la población. Por lo que se dejó expuesto, se cree con bastante fundamento que el temblor de San Cruz lo ocasionó otro volcán y que no fue efecto del que arruinó la Villa de Cañas, de que ya he dado cuenta a usted.

Aunque el Jefe Político del Cantón de Nicoya no ha dado aviso oficial a esta Gobernación, por cartas privadas se asegura que en aquella Villa también ocasionó daños considerables el mismo movimiento de tierra, pues la Capilla de aquella Iglesia, que no ha mucho se había concluido, fue arruinada casi en su totalidad. Se han pedido a aquellas autoridades detalles circunstanciados de tan desagradables ocurrencias, con que oportunamente daré cuenta al Ministerio de usted.

Tengo el honor, señor Ministro de suscribirme su más atento obsecuente servidor. Dios guarde a usted.

Rudecindo Guardia.


Referencias

La Gaceta, Boletín oficial N° 253, Año VII, 17 de setiembre de 1853.

La Gaceta, Boletín oficial N° 255, Año VII, 1 de octubre 1853.

Prado E., 1924: La Parroquia de Nicoya durante la administración de los Franciscanos.- Revista de Costa Rica, Agosto de 1924, páginas 202-204.

Peraldo G. y Montero W., 1999: Sismología Histórica de América Central.- Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 347 p.

Peralta, J., F., 1892: Apuntes Históricos III.- Revista de Costa Rica, Julio de 1892, páginas 135-145.

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sábado, 9 de febrero de 2013

El ascenso del Rincón de la Vieja en 1920



El ascenso del Rincón de la Vieja en 1920
Narración del señor Edgardo Baltodano
Revista de Costa Rica, Marzo de 1921

Vista de la laguna del volcán Rincón de la Vieja, en el verano del 2010

Antes de iniciar el relato, quisiera mencionar que el 14 de junio de 1912, el corresponsal de “El Pacífico” en Liberia, dirige a dicho periódico el siguiente telegrama: “A las 8 a.m. de hoy se levantó una espesa y negra columna de humo del cráter del Volcán Rincón de la Vieja. La columna fue en aumento dando al cielo un tinte amarillento. Don Salvador Villar le comunica a J. F. Tristán que esta erupción había sido muy violenta y que había caído ceniza en bastante cantidad, de tal modo que algunos ríos habían estado varios días con sus aguas de color lechoso.

Así inicia el relato el Sr. Baltodano: Desde que estuve por primera vez en la hacienda Guachipelín y recorrí las faldas donde nacen cuatro de los principales ríos del cantón de Liberia, pude apreciar las muchas manifestaciones con que el Rincón de la Vieja exhibe su vida tranquila y llegué a sospechar la existencia de uno o varios cráteres por donde respira cómodamente, sin causar sobresaltos a los habitantes de sus alrededores. Las hornillas y las pailas, grandes solfataras que constantemente están en ebullición, han sido siempre muy visitadas aunque nunca estudiadas científicamente, y por eso tampoco ha habido en tantos años, persona que se interesara en averiguar la existencia del cráter. A esta indiferencia se debe que no haya nada escrito interesante sobre la vida de este volcán (nota: es evidente que el señor Baltodano no conocía de los trabajos de Sapper, Seebach y Frantzius).

Después de haber visto el cráter del Poás, sentí vehemente deseo de conocer el del vecino de Liberia; pero nadie pudo darme razón de su existencia y todas mis investigaciones terminaban con saber que seguramente está al lado de Nicaragua. De este mi deseo era también partícipe don Elías Baldioceda, dueño de la hacienda antes citada, y quién varias veces intentó llegar hasta la cumbre, con la intención de ver mejor y poder hacer observaciones que le indicaran la existencia del cráter. Nunca había podido alcanzarla para pasar al otro lado, pero en su último intento, a fines de marzo, triunfó y después de recorrer algún terreno hizo dos observaciones importantísimas; 1ª) que a lo lejos y después de una altura escarpada salía gruesa columna de humo que se elevaba mucho; 2ª) que al S de esa altura y en una hondonada cubierta de bosques había una laguna de importancia.

Con estas magníficas noticias regresó entusiasmado y preparamos el viaje para el domingo 4 de abril. La hacienda Guachipelín dista de Liberia unos 30 km en dirección NE y la cumbre principal del Rincón de la Vieja está al NNE de la casa y a 12 km aproximadamente. De la casa de la hacienda salimos siete personas a caballo con ocho perros, ascendimos por la ladera del volcán cubierta de bosques y entre los ríos Colorado y Blanco, cerca de dos horas. Poco a poco la vegetación va disminuyendo hasta crecer solamente el copel, árbol que a medida que subimos más, va perdiendo tamaño hasta que encontrar los que no crecen más de medio metro, a cuyo amparo y tras una pequeña colina dejamos las bestias para seguir a pie.

Desde este punto en adelante la ascensión presenta a trechos algunas dificultades y en otra se presta para correr sobre basto desierto de tierra calcinada por el fuego de antiguas erupciones y cubierto por piedras de todo tamaño, con claras manifestaciones de haber sufrido también la acción del terrible elemento. A poco subir, sin grandes dificultades, estábamos sobre la línea divisoria de las aguas. Aquí hicimos alto para descansar y ver a lo lejos. Imposible! Hacia el W y S teníamos nuestra extensa provincia de Guanacaste envuelta en una inmensa nube de humo, producto de la inicua costumbre de arder los campos, sin más objeto que el de destruir la vegetación para alejar más y más las aguas, acabar con el humus y convertirla en un desierto despreciable. Tal, la perspectiva que tenemos, si una enérgica actitud de parte de las autoridades no corta de raíz esta criminal costumbre.

Hacia el N y E la niebla de la altura no nos dejó ver muy lejos; pero a nuestros pies nos encontramos con un valle desierto en forma de doble plano inclinado, de unos 2 km de ancho y que nos propusimos atravesar. Al alcanzar la altura opuesta pudimos ver al frente y detrás de otra escarpada cumbre, la gruesa columna de humo, que nos señalaba el cráter buscado; y a nuestra derecha (al sur), en el fondo de un valle cubierto de bosques, risueña laguna que nos atrajo y nos dirigimos a ella. Dentro del bosque y sin ver la laguna, el camino se nos hacía difícil no obstante que íbamos aprovechando un verdadero atajo de ganado, hecho indudablemente por las dantas (tapir). Poco rato después oí un grito de triunfo y al salir del bosque encontré a Baldioceda a la orilla de la laguna, tomando fresca y cristalina agua.

Esta laguna tiene cerca de 400 m de longitud por 150 m de ancho con playa pedregosa en parte y cenagosa en otras. No tiene desagüe y la alimenta un pequeño riachuelo. Por todas sus orillas encontramos huellas de tapir y las únicas aves que allí vimos fueron dos pequeñas tijeretas parecidas a las marinas y palomas collarejas.

Almorzamos allí y luego, viendo hacia el N observamos de nuevo la gruesa columna de humo que debía guiarnos hacia otro descubrimiento. Comenzamos a ascender por la ladera cubierta de bosques hasta salir nuevamente al terreno desierto donde no hay vegetación ni señal alguna de que en otros tiempos la hubiera. De la meseta antes descrita nos encaminamos por un lomo de burro muy angosto, con pendiente de 10%, por donde gente y perros marchábamos en perfecta formación. Indudablemente la marcha es estas condiciones infundía respeto porque los perros dejaban oír, al caminar con el rabo entre las piernas, un llanto lastimero.

Las piedras que se desprendían de esta altura a nuestro paso, rodaban adquiriendo gran rapidez hasta perderse con estruendo en el abismo a nuestra diestra y siniestra. Después de caminar en esta forma unos 25 minutos llegamos a un nudo de donde se desprenden dos cordones en forma de tenaza y que bordean el cráter y cuyos extremos, descendiendo poco a poco, llegan a confundirse con la misma orilla del gran hueco. Tras ligero momento de duda nos encaminamos por el de la derecha, descendiendo en la misma forma que habíamos subido, hasta llegar al borde mismo.

Este cráter tiene muchas semejanzas con el del Poás en menores dimensiones. Es un perfecto cilindro de 500 m de diámetro aproximadamente; su profundidad, muy difícil de  calcular a simple vista, la estimo en 100 m. Por lo perpendicular de las paredes juzgo la laguna del fondo tan ancha y redonda como la boca superior. Durante mucho tiempo estuvimos deseosos de ver que había en el fondo porque la columna de vapores nos lo impedía. De pronto, su constante jugueteo, nos dejó ver un segmento por donde apreciamos una capa de agua, al parecer pura, en cuyo fondo se mueve un barro plomizo con corrientes amarillas que cambian del color pálido al encendido. No fue posible ver otra sección del fondo y mientras esperábamos, una ráfaga de viento nos echo encima parte de la columna, terrible vapor que nos produjo picazón en la cara y manos, fuerte lagrimeo en los ojos con tos incesante. Los perros aullaron, corrimos y nos alejamos de allí fuertemente impresionados, satisfechos, aunque lamentando no haber tenido la indispensable Kodak y barómetro para calcular alturas.

Aunque en las faldas del Rincón de la Vieja abundan los azufrares, en la cumbre y en los alrededores del cráter, el azufre es muy escaso.

J. F Tristán agrega: Para amar bien la Patria es necesario conocerla en sus menores detalles. Hay grandes porciones del territorio que no conocemos o apenas si tenemos de ellas noticias muy vagas. Resalta a primera vista de los apuntes anteriores una falta de unidad en las líneas generales, y varias contradicciones y errores. Las más recientes publicaciones nos trasladan siempre a una época lejana ya que llega casi al límite de la segunda mitad del siglo XIX. Von Seebach visitó el cráter por primera vez en 1865 y los señores Baldioceda y Baltodano en 1920, 55 años de diferencia, ¡más de medio siglo! Se siente tristeza al considerar que nosotros los costarricenses amemos tan poco la Patria desconociéndola en sus menores detalles. Atribuyo esta indiferencia a la falta de una buena orientación científica en nuestra juventud. El estudio de la Flora y Fauna no han penetrado aún en las faldas de este Volcán; los indicios arqueológicos nos son desconocidos, ¡y ni aun referencias geológicas tememos! Lástima que nuestra juventud no tome más interés en estos asuntos.

San José, enero de 1921

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