domingo, 24 de marzo de 2013

Informe del terremoto de Fraijanes (30 de diciembre de 1888) por el señor Juan de Dios Céspedes G.



Informe del terremoto de 30 de diciembre de 1888 (Terremoto de Fraijanes)

Juan de Dios Céspedes G.
Diario Oficial La Gaceta, AÑO X, TRIM. 1, Numero 6, Jueves 10 de enero de 1889

Señor Ministro de lo Interior.

Voy a informar a U. acerca del resultado de mi viaje al volcán Poás, comisión que con tanta urgencia y tan repentinamente se sirvió U. encomendarme.

Dejando a un lado lo improvisado y rápido de mi viaje desde San José hasta Alajuela, paso a verificarlo de la manera siguiente. Desde que salí de la primera de las mencionadas ciudades, hasta la vuelta a ella, en todo el viaje me acompaño el joven Elías Garita, que buenamente y sin pérdida de tiempo quiso acompañarme.

No trataré en este informe de levantar a la merecida altura la amabilidad del señor Gobernador de Alajuela don Maurilio Soto y del señor General don Concepción Quesada, a quienes por otra parte, debo dar las más expresivas gracias por sus buenos oficios y la generosa acogida que me dispensaron; para ocasión más oportuna me reservo lo primero.

Doy principio a mi narración desde el momento en que partí de Alajuela, de la tienda del General Quesada, a donde me hospedó el señor Gobernador de aquella provincia, don Maurilio Soto.

El valeroso joven santodomingueño, Elías Zamora, que reside en San Pedro de la Calabaza, a donde se dirigía, viniendo de San José, bondadosamente se ofreció a acompañarme desde la estación de Alajuela hasta el volcán Poás. Al amanecer el día 1° de enero corriente, y al despedirse el año que acaba de terminar, dejándonos recuerdos desgraciados y luctuosos, partí de la tienda del General Quesada con mis dos compañeros, y nos vino a amanecer cerca del río Tambor, donde pude notar que había disminuido el caudal de sus aguas, aunque estas se hallaban bien cristalinas, lo que me hizo pensar que tal hecho solo debe atribuirse a la obstrucción de algún afluente suyo. Continuando nuestro camino llegamos al río Poás; allí observé que sus aguas estaban turbias en extremo, y que su disminución era considerable, aproximadamente unos 0,5 metros, supe que este río tienen un afluente, el Caracha, pasé a examinarlos en su confluencia, y noté que solo las aguas del Poás eran las que corrían lodosas, mientras que las del Caracha estaban cristalinas.

En todo el camino las casas, que por lo general son de tablas, no habían sufrido otro daño aparente que sus tejados, cuya caída había sido, en su mayor parte, hacia el Este. Al llegar a la plaza de la incipiente cuanto desgraciada población de San Pedro de la Calabaza, noté que la casa escuela, edificio levantado al Oeste de dicha plaza, y que con justicia era honra de aquella población, tenía derribado el ático y parte de la pared, hacia el lado Este. En la iglesia que se edifica por fuera de la que no ha muchos días fue devorada por la llamas de un incendió, y que su torre había caído y que su caída estaba dirigida también hacia el Este.
En presencia de estas y otras ruinas, siempre lamentables, me dirigí a donde el Agente de Policía, señor Agapito Murillo, con el fin de entregarle el pliego cerrado que para él me había dado el señor Gobernador de la provincia. Después de conseguirme un baqueano, el señor Murillo me hizo detallada narración de la catástrofe y me condujo hacia las márgenes del rio Poás. Tanto por aquella narración como por la de otros vecinos que no creo necesario mencionar en este informe, cuanto por la posición topográfica de aquel lugar, no pude menos de persuadirme ya, de que el autor de todas nuestras desgracias no era el volcán Poás, sino el de Barba, toda vez que las ondas se los terremotos, en aquel paraje, se habían propagado cas de Este a Oeste y no de Norte a Sur, en cuya última dirección tenía el volcán Poás, mientras que casi con la primera se presentaba el de Barba.

A medida que continuaba el camino hacia el volcán Poás, que tenía al Norte, mientras que el de Barba estaba hacia el Este, mi juicio se iba robusteciendo cada vez más, en la persuasión de que este último volcán era el que había producido las últimas conmociones, en vista de los hechos de inercia que notaba en la caída de los tejados de las casas de madera, y más aun cuando llegué a ver una casa de adobes, cuyas paredes estaban caídas de Este a Oeste, mientras que las de Norte a Sur habían quedado desplomadas pero fijas; igual efecto noté en los paredones del camino, pues, todos los que llevaba a mi izquierda, al lado Oeste, habían caído en abundancia hacia el Este, mientras que los del Este su caída era mucho menor. En presencia de tales hechos ya no tuve la menor duda de que las ondulaciones de los últimos temblores procedían del volcán Barba, que estaba hacia el Este.

El río Prendas lo encontré enlodado, pero sus aguas apenas habían disminuido. De allí empecé a ascender la montaña del Poás, y en todo el paraje que llaman La Legua se mostró hendidura continuada y cada vez más creciente, a tal extremo que en la cima del cerro, la grieta tiene hasta 30 centímetros de ancho por una profundidad que pude sondar hasta cerca de 2 metros. Esta hendidura sufrida en el cerro de Poás, sirvió para corroborar más mi juicio de que el Barba era el volcán de la erupción, puesto que aquella hendidura se hallaba dirigida de Norte a Sur, del pie a la cima del Poás, y su existencia no me la pude explicar de otra suerte que por la resistencia del suelo a la ondulación producida del Barba al Poás.

En un momento de calma atmosférica pude contemplar desde la altura de la Legua las tres colosales chimeneas del Irazú, Barba y Poás, elevando a muy alto sus blancas columnas de gases, de tal modo que pude satisfacerme de la plena actividad de estos colosos enemigos, lo cual me llenó de satisfacción; desde allí pude a la vez contemplar todas las aterradoras destrucciones que ya, sin la menor duda, se la atribuí al adverso Barba.

En el punto denominado Fraijanes, en las márgenes derechas del Poás términos de las ondulaciones, los potreros se deslizaron como avalanchas en una extensión como de 2000 metros y el desgraciado Rafael Castro, con su hogar y la mayor parte de su familia, fueron a encontrar su sepultura en el cauce del río. El término vibración del Barba no se contenta con terminar chocando con el cerro de Poás, donde produjo la hendidura de que hablé antes, y con causar las desgracias en San Pedro, referidas ya, sino que todavía una segunda avalancha se desliza por la encima de la primera y cae de Fraijanes al río. Produciendo nuevo aterro.

Al aproximarnos a la cima del Poás seguimos caminando por un lodazal profundo que descendiendo llegamos al punto Viejo del Potrerillo, a las seis de la tarde, preparamos nuestra cama encima del profundo lodazal. La noche del primero de enero del corriente año, siempre me será memorable: el Potrero es un antiguo cráter del Poás, Rancho Viejo, un flanco. El volcán a distancia de unos 200 metros; un viento desatado casi en tempestad; la espesísima bruma que enviaba el Barba acompañada de la del Poás, oscurecía por completo el cielo, y al envolvernos se convertía en lluvia al enfriarse con el choque de los árboles; y todo eso acompañado de un frío que nos dejaba casi sin acción. Fueron motivo para no dormir nada; al amanecer como si se me considerase como centinela poco vigilante se sucedieron uno en pos de otro, temblores del Barba, cuyos choques de vibración fueron recibidos por el Poás.          

En la mañana el viento aumentó el grado de tempestad; los vapores acuosos, condensándose, se deshicieron en llovizna; y por temor de la caída de un árbol en un terreno siempre flojo, la obstrucción probable del camino, la gran niebla que me impediría ver el cráter del Poás; un pleno conocimiento de su actividad y de no haber producido él ninguna erupción; sabiendo ya con toda seguridad, que el Barba era el autor de nuestras memorables desgracias, resolví dejar aquel paraje y caminando en ascenso por entre el lodo, saltando y cortando árboles desgarrados que obstruían el camino, fríos al grado de entumecimiento, casi atolondrados por un viento impetuoso, mojándonos por la navidad y envueltos en la espesa bruma del vapor de agua arrojada por el Barba a la se juntaba la del Poás, llegando a la cima descendimos hasta San Pedro.

Allí nos despedimos del servicial Agente de Policía, señor Agapito Murillo, y tomé en compañía de Elías Garita, el camino para Alajuela, por todo el cual las cosas estaban como antes. De ida por haber pasado a oscuras el río Itiquís, no pude observar que estaba enlodado y que había disminuido el caudal de sus aguas. Para terminar mi narración, señor Ministro, debo suponer que el seismómetro en el Observatorio Metereológico de esa capital ha de haber marcado las curvas de propagación de las ondulaciones de nuestros terremotos en una dirección casi Norte-Sur, situación del volcán Barba, y no Noroeste, situación del Poás. Además, las paredes de los edificios de San José han manifestado señal de caída en la dirección Este-Oeste, mientras que el desplomo será Norte-Sur.

Termino llamándole la atención hacia la precaución de construir edificios elevados que aunque cómodos y hermosos, me parece ver en ellos el guante del desafío lanzado a nuestros colosos dotados de energía implacable de destrucción. Por fin, si algunos parajes no han sufrido gran cosa de la tremenda catástrofe, su sencilla explicación descansa en la teoría ondulatoria de todo movimiento propagado. Con esto señor Ministro, creo haber llenado mi cometido en cuanto me fue posible, permitiéndome quedar su alto servidor

JUAN DE D. CÉSPEDES G.

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1 comentarios:

A las 25 de marzo de 2013, 10:03 , Blogger Allan López ha dicho...

Muy interesante y da para pensar. Saludos cordiales !!! Allan

 

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