Informe del terremoto de Fraijanes (30 de diciembre de 1888) por el señor Juan de Dios Céspedes G.
Informe del terremoto de 30 de diciembre de 1888 (Terremoto
de Fraijanes)
Juan de Dios Céspedes G.
Diario Oficial La Gaceta, AÑO X, TRIM. 1, Numero 6,
Jueves 10 de enero de 1889
Señor Ministro de lo Interior.
Voy a informar a U. acerca del resultado
de mi viaje al volcán Poás, comisión que con tanta urgencia y tan
repentinamente se sirvió U. encomendarme.
Dejando a un lado lo improvisado y
rápido de mi viaje desde San José hasta Alajuela, paso a verificarlo de la
manera siguiente. Desde que salí de la primera de las mencionadas ciudades,
hasta la vuelta a ella, en todo el viaje me acompaño el joven Elías Garita, que
buenamente y sin pérdida de tiempo quiso acompañarme.
No trataré en este informe de levantar a
la merecida altura la amabilidad del señor Gobernador de Alajuela don Maurilio
Soto y del señor General don Concepción Quesada, a quienes por otra parte, debo
dar las más expresivas gracias por sus buenos oficios y la generosa acogida que
me dispensaron; para ocasión más oportuna me reservo lo primero.
Doy principio a mi narración desde el
momento en que partí de Alajuela, de la tienda del General Quesada, a donde me
hospedó el señor Gobernador de aquella provincia, don Maurilio Soto.
El valeroso joven santodomingueño, Elías
Zamora, que reside en San Pedro de la Calabaza, a donde se dirigía, viniendo de
San José, bondadosamente se ofreció a acompañarme desde la estación de Alajuela
hasta el volcán Poás. Al amanecer el día 1° de enero corriente, y al despedirse
el año que acaba de terminar, dejándonos recuerdos desgraciados y luctuosos,
partí de la tienda del General Quesada con mis dos compañeros, y nos vino a
amanecer cerca del río Tambor, donde pude notar que había disminuido el caudal
de sus aguas, aunque estas se hallaban bien cristalinas, lo que me hizo pensar
que tal hecho solo debe atribuirse a la obstrucción de algún afluente suyo. Continuando
nuestro camino llegamos al río Poás; allí observé que sus aguas estaban turbias
en extremo, y que su disminución era considerable, aproximadamente unos 0,5
metros, supe que este río tienen un afluente, el Caracha, pasé a examinarlos en
su confluencia, y noté que solo las aguas del Poás eran las que corrían lodosas,
mientras que las del Caracha estaban cristalinas.
En todo el camino las casas, que por lo
general son de tablas, no habían sufrido otro daño aparente que sus tejados,
cuya caída había sido, en su mayor parte, hacia el Este. Al llegar a la plaza
de la incipiente cuanto desgraciada población de San Pedro de la Calabaza, noté
que la casa escuela, edificio levantado al Oeste de dicha plaza, y que con
justicia era honra de aquella población, tenía derribado el ático y parte de la
pared, hacia el lado Este. En la iglesia que se edifica por fuera de la que no
ha muchos días fue devorada por la llamas de un incendió, y que su torre había
caído y que su caída estaba dirigida también hacia el Este.
En presencia de estas y otras ruinas,
siempre lamentables, me dirigí a donde el Agente de Policía, señor Agapito Murillo,
con el fin de entregarle el pliego cerrado que para él me había dado el señor
Gobernador de la provincia. Después de conseguirme un baqueano, el señor Murillo
me hizo detallada narración de la catástrofe y me condujo hacia las márgenes
del rio Poás. Tanto por aquella narración como por la de otros vecinos que no
creo necesario mencionar en este informe, cuanto por la posición topográfica de
aquel lugar, no pude menos de persuadirme ya, de que el autor de todas nuestras
desgracias no era el volcán Poás, sino el de Barba, toda vez que las ondas se
los terremotos, en aquel paraje, se habían propagado cas de Este a Oeste y no
de Norte a Sur, en cuya última dirección tenía el volcán Poás, mientras que
casi con la primera se presentaba el de Barba.
A medida que continuaba el camino hacia
el volcán Poás, que tenía al Norte, mientras que el de Barba estaba hacia el Este,
mi juicio se iba robusteciendo cada vez más, en la persuasión de que este
último volcán era el que había producido las últimas conmociones, en vista de
los hechos de inercia que notaba en la caída de los tejados de las casas de
madera, y más aun cuando llegué a ver una casa de adobes, cuyas paredes estaban
caídas de Este a Oeste, mientras que las de Norte a Sur habían quedado
desplomadas pero fijas; igual efecto noté en los paredones del camino, pues,
todos los que llevaba a mi izquierda, al lado Oeste, habían caído en abundancia
hacia el Este, mientras que los del Este su caída era mucho menor. En presencia
de tales hechos ya no tuve la menor duda de que las ondulaciones de los últimos
temblores procedían del volcán Barba, que estaba hacia el Este.
El río Prendas lo encontré enlodado,
pero sus aguas apenas habían disminuido. De allí empecé a ascender la montaña
del Poás, y en todo el paraje que llaman La Legua se mostró hendidura continuada
y cada vez más creciente, a tal extremo que en la cima del cerro, la grieta
tiene hasta 30 centímetros de ancho por una profundidad que pude sondar hasta
cerca de 2 metros. Esta hendidura sufrida en el cerro de Poás, sirvió para
corroborar más mi juicio de que el Barba era el volcán de la erupción, puesto
que aquella hendidura se hallaba dirigida de Norte a Sur, del pie a la cima del
Poás, y su existencia no me la pude explicar de otra suerte que por la
resistencia del suelo a la ondulación producida del Barba al Poás.
En un momento de calma atmosférica pude
contemplar desde la altura de la Legua las tres colosales chimeneas del Irazú,
Barba y Poás, elevando a muy alto sus blancas columnas de gases, de tal modo
que pude satisfacerme de la plena actividad de estos colosos enemigos, lo cual
me llenó de satisfacción; desde allí pude a la vez contemplar todas las aterradoras
destrucciones que ya, sin la menor duda, se la atribuí al adverso Barba.
En el punto denominado Fraijanes, en las
márgenes derechas del Poás términos de las ondulaciones, los potreros se
deslizaron como avalanchas en una extensión como de 2000 metros y el
desgraciado Rafael Castro, con su hogar y la mayor parte de su familia, fueron
a encontrar su sepultura en el cauce del río. El término vibración del Barba no
se contenta con terminar chocando con el cerro de Poás, donde produjo la
hendidura de que hablé antes, y con causar las desgracias en San Pedro,
referidas ya, sino que todavía una segunda avalancha se desliza por la encima
de la primera y cae de Fraijanes al río. Produciendo nuevo aterro.
Al aproximarnos a la cima del Poás
seguimos caminando por un lodazal profundo que descendiendo llegamos al punto
Viejo del Potrerillo, a las seis de la tarde, preparamos nuestra cama encima
del profundo lodazal. La noche del primero de enero del corriente año, siempre
me será memorable: el Potrero es un antiguo cráter del Poás, Rancho Viejo, un
flanco. El volcán a distancia de unos 200 metros; un viento desatado casi en
tempestad; la espesísima bruma que enviaba el Barba acompañada de la del Poás, oscurecía
por completo el cielo, y al envolvernos se convertía en lluvia al enfriarse con
el choque de los árboles; y todo eso acompañado de un frío que nos dejaba casi
sin acción. Fueron motivo para no dormir nada; al amanecer como si se me
considerase como centinela poco vigilante se sucedieron uno en pos de otro,
temblores del Barba, cuyos choques de vibración fueron recibidos por el Poás.
En la mañana el viento aumentó el grado
de tempestad; los vapores acuosos, condensándose, se deshicieron en llovizna; y
por temor de la caída de un árbol en un terreno siempre flojo, la obstrucción
probable del camino, la gran niebla que me impediría ver el cráter del Poás; un
pleno conocimiento de su actividad y de no haber producido él ninguna erupción;
sabiendo ya con toda seguridad, que el Barba era el autor de nuestras
memorables desgracias, resolví dejar aquel paraje y caminando en ascenso por
entre el lodo, saltando y cortando árboles desgarrados que obstruían el camino,
fríos al grado de entumecimiento, casi atolondrados por un viento impetuoso,
mojándonos por la navidad y envueltos en la espesa bruma del vapor de agua
arrojada por el Barba a la se juntaba la del Poás, llegando a la cima descendimos
hasta San Pedro.
Allí nos despedimos del servicial Agente
de Policía, señor Agapito Murillo, y tomé en compañía de Elías Garita, el camino
para Alajuela, por todo el cual las cosas estaban como antes. De ida por haber
pasado a oscuras el río Itiquís, no pude observar que estaba enlodado y que
había disminuido el caudal de sus aguas. Para terminar mi narración, señor
Ministro, debo suponer que el seismómetro en el Observatorio Metereológico de
esa capital ha de haber marcado las curvas de propagación de las ondulaciones
de nuestros terremotos en una dirección casi Norte-Sur, situación del volcán
Barba, y no Noroeste, situación del Poás. Además, las paredes de los edificios
de San José han manifestado señal de caída en la dirección Este-Oeste, mientras
que el desplomo será Norte-Sur.
Termino llamándole la atención hacia la
precaución de construir edificios elevados que aunque cómodos y hermosos, me
parece ver en ellos el guante del desafío lanzado a nuestros colosos dotados de
energía implacable de destrucción. Por fin, si algunos parajes no han sufrido
gran cosa de la tremenda catástrofe, su sencilla explicación descansa en la
teoría ondulatoria de todo movimiento propagado. Con esto señor Ministro, creo
haber llenado mi cometido en cuanto me fue posible, permitiéndome quedar su
alto servidor
JUAN DE D. CÉSPEDES G.
Etiquetas: 30 de diciembre de 1888, Juan de Dios Céspedes, Terremoto de Fraijanes
1 comentarios:
Muy interesante y da para pensar. Saludos cordiales !!! Allan
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