Temblores de Tierra (Kurtze & Estreber, 1855)
Temblores de Tierra
Por Francisco Kurtze y Fernando Estreber
Boletín Oficial
de la República de Costa Rica N° 75, Marzo 7 de 1855; Boletín Oficial de la
República de Costa Rica N° 79, Marzo 21 de 1855; Boletín Oficial de la
República de Costa Rica N° 74, 18 de Abril de 1855.
Los frecuentes recelos de inminentes
terremotos, que se han manifestado en estos últimos tiempos, nos han dado
motivo para publicar las reflexiones que los señores Francisco Kurtze y
Fernando Estreber., en el capítulo III de su obra sobre Costa Rica, han
dedicado a aquel tema tan interesante. Los autores que nos han franqueado el
siguiente trozo, se han aprovechado de las mejores fuentes, y por tanto creemos
que nuestros lectores no leerán con indiferencia una exposición que se distingue
igualmente por la importancia de su objeto como por la precisión con que está
redactada.
Aquellas poderosas fuerzas creadoras o
destructoras que obran sobre la superficie de este país magnífico, se
manifiestan también por su crecida actividad subterránea. Costa Rica no solo es
notable por el número de sus volcanes, válvulas gigantescas de los fuegos
encerrados en el seno de la Tierra, sino también por sus temblores.
Desde Marzo de 1852 hasta el último día
de Diciembre, hemos anotado once temblores, en el año 1853 doce, en el año 1854
treinta y dos, y tres en el año 1855 hasta el día primero de Marzo. La mayor parte
de ellos sucedió en Marzo, Abril, Setiembre y Octubre, en particular con luna
creciente: pero no más de dos fueron considerables, uno en Marzo de 1852 y otro
el 4 de Agosto de 1854.
Hasta donde alcanzan tradiciones históricas,
en la época de tres siglos solo los cuatro siguientes terremotos verdaderos han
hecho estragos en el país: el terremoto
de día de San Gregorio entre los años de 1680 y 1689, el de 1755 el día de San
Buenaventura, el de 7 de Mayo de 1822 y el del 2 de Setiembre de 1841, que
destruyó principalmente la ciudad de Cartago y la Villa de la Unión.
Unos temblores más fuertes en Marzo de
1851 causaron daños principalmente en Alajuela. El terremoto que en el año 1854
convirtió en ruinas la ciudad de El Salvador, no se ha sentido en Costa Rica.
Estamos convencidos de que Costa Rica,
en cuanto al peligro que amenazan los temblores, está mucho menos expuesta que
las partes más pobladas de nuestro globo, y que es una preocupación injusta,
prevenir a los emigrantes de que solo por este motivo no se dirijan por acá.
Largo tiempo era disputada la cuestión y
aún hoy lo es a veces, si los temblores están en conexión inmediata con la
actitud de los volcanes, que se consideraban antes como parciales fuegos
subterráneos. A favor de esta opinión se alega entre otros argumentos, el que
no se había manifestado una actividad singular de los volcanes vecinos, al
tiempo de los más considerables temblores. Los terremotos de Costa Rica de
1755, 1822 y 1841 dejaron e sosiego al Irazú y tampoco se ha observado en los
demás volcanes del país movimiento alguno. Mientras que al contrario, las
erupciones del Irazú y de otros volcanes centroamericanos, nunca eran
acompañados de temblores considerables. Nosotros mismos nos hallamos en el año
de 1851 a poca distancia del Telica (Nicaragua) al tiempo de una erupción
insignificante, sin observar el menor sacudimiento. Sin embargo, está
plenamente comprobada por una serie de las más sutiles indagaciones, la
conexión de los temblores con los volcanes, y el expresado argumento que se ha
aducido en contra, habla más bien a favor de tal principio. Más, fuerza es
decirlo, no debemos figurarnos esta conexión, son manifestaciones y efecto de
la misma causa común.
Durante el formidable terremoto de
Lisboa se advirtieron alteraciones extrañas en la columna de humo del Vesubio,
y al tiempo del terremoto de Calabria (Febrero 5 de 1783) reposó el Strómboli,
que antes siempre estaba activo. El terremoto de Riobamba se propagó a las
Antillas y no se acabó sino hasta abrirse el volcán de Guadalupe: y luego que
este se había calmado (Setiembre 27 de 1797), empezaron los sacudimientos en la
tierra firme que se terminaron el 14 de Diciembre del mismo año, con la ruina
de Cumaná. Observamos con admiración la conexión que señala von Hotf (Mutaciones de la superficie de la Tierra,
Tomo II, 217 pág), entre los terremotos que en el periodo de 1750 hasta 1759
inquietaron la Persia, las playas del Mediterráneo, Lisboa, el Norte de
Francia, la Alemania Central, la Escandinavia, el Asia interior y las
erupciones y calmas del Vesubio, del Etna, y al fin (el 29 de Noviembre de
1759) la formación del Torullo en México, uno de los espectáculos más
grandiosos de revoluciones terrestres que conservan los anales de la historia.
Además de eso, la historia de los
temblores mismos refiere a ejemplos de erupciones, no solo de lodo, de piedras,
de columnas de humo y llamas, también de verdaderos torrentes de lava, que
sirven de prueba de que en el hogar de los temblores se producen las mismas
sustancias que encontramos en las erupciones volcánicas, y en fin han salido,
en ocasiones de terremotos aun volcanes ardientes, y se han formado islas en el
mar y cerros en la tierra firme, como la isla efímera que apareció en los años
1628, 1720 y el 13 de Junio de 1812 en las Azores, la isla Santorín, en el
archipiélago Egeo, y principalmente una isla permanente de más de 3000 pies de
alto entre las islas Aleutas.
Llegamos pues al resultado de que los
temblores son efectos de la expansión y exhalación de vapores, producidos por
los fuegos subterráneos, que estos, cuando los volcanes no alcanzan a
conducirlos afuera, tienden a escapar y reventar la capa de la tierra donde su
diferente grueso, su consistencia y estructura les ponen la menor resistencia,
y que su ímpetu violento en aquellos puntos estremece la superficie. De tal
concepto se deduce precisamente la consecuencia de que los países que poseen
muchos volcanes, padecen de sacudimientos más frecuentes pero menos vehementes,
porque el escape de los vapores puede verificarse con más facilidad por medio
de los volcanes.
La doctrina de que la electricidad es la
causa y fuerza motriz de los temblores, no se puede sostener por las
observaciones que hasta ahora se han reunido, aunque no hay duda de que al impulso
de la actividad y lucha tan enorme de los elementos, aquella se desenvuelve
como compañera y efecto accesorio, por lo que se explica la multitud de
fenómenos indisputablemente eléctricos que por la mayor parte, pero no siempre,
y en muy diferente grado, acompañan a los temblores.
Según el ímpetu, la dirección y la
distancia de la fuerza interior, en fin, según la estructura de las invadidas
láminas de tierra, son los movimientos que causan los temblores, de distinta
clase, o ondulaciones (horizontales) o sucesorios (verticales) o rotatorios
(vertiginosos). Muchas veces se reúnen en un solo terremoto todos estos
diferentes movimientos. Casi todos los temblores que nosotros hemos observado
aquí, pertenecen a la clase primera, la que es menos dañosa, solo pocas veces
nos parecieron verticales y el gran terremoto de 1841 empezó, según dicen, con
un choque vertical. El movimiento rotatorio no lo hemos advertido todavía.
Respecto a la dirección, los temblores
son centrales, es decir, que salen como rayos de un centro, atenuándose a
medida de su mayor distancia, o lineares, es decir, que siguen por la mayor
parte el rumbo de las montañas y costas, y son las que principalmente hemos
observado aquí.
Hasta tanto que fue posible, sin
instrumentos exactos e indagaciones contemporáneas en distintos lugares, los
choques parecieron machar del Sur al Norte, o viceversa, a lo largo de la
cordillera principal, y aunque algunos, como los de Agosto 4 de 1854
atravesaron la montaña del Aguacate, debe tenerse presente que, según llevamos
indicado al principio de este capítulo, todo el país forma una compacta
cordillera, cuyo pie está sentado en la misma costa.
En el terremoto de Cartago de 1841,
cayeron las casas con el primer estremezón que no duró más que dos o tres
segundos. En algunos casos una vez acontecidos los terremotos, continúan los
temblores en tales lugares por meses y aún por años con violencia y frecuencia
extraordinaria.
En setiembre del año de 1854, en seguida
de muchos temblores, que nos habían inquietado en Agosto, indicando una
extraordinaria actividad subterránea, lo hemos oído cada noche con intervalos
de diez a diez minutos, mientras que de día la bulla de las ciudades suele
impedir que se perciba. Nuestra propia experiencia enseña y la creencia del
pueblo comprueba, el que la mayor parte de los temblores (41 casos de 58) cae
en creciente y se acaba con el cambio de la luna. Muy remarcable fue esto en
los temblores de Agosto de 1854. Los cinco días del 4 hasta el 8 cuentan 20
estremecimientos, al paso que con el 9, el día de la llena, vino de repente una
pausa de dos meses; pues es indispensable que la luna cuyos rayos aquí hacen un
papel mucho más importante que en el Norte, está ejerciendo una influencia
esencial sobre todas las organizaciones y fenómenos telúricos.
Con todo no faltarán ciertos perjuicios
que siguen proviniendo de los temblores frecuentes y caracterizando la
fisonomía social de Costa Rica. Ved ahí dos, que nos ocupan con preferencia. En
primer lugar el comercio, con todos los objetos frágiles de lujo, de las artes
y de las costumbres elegantes, quedará siempre limitado y escaso, pues la mayor
parte de los moradores en semejante país tendrán recelo de invertir cantidades
más considerables en cosas que están sometidas a una pérdida repentina e
inevitable. Pero otra consecuencia aun más importante es la de que los predios
urbanos tendrán, a lo menos por mucho tiempo, un valor proporcionalmente muy
reducido. Este valor podría hacerse estable, principalmente por compañías de
seguros, y tales compañías contra temblores so son ejecutables por ahora por el
motivo de varias razones y especialmente a causa del importe excesivo de las
pérdidas totales, con tal que acaezca el acontecimiento asegurado. Siendo pues
disminuido aquel factor importante de la riqueza nacional, quedará también
altamente disminuida la industria de la arquitectura, la que solo entonces
tomará un vuelo más elevado, cuando caudales sobrantes puedan dedicarse a
empresas de un éxito incierto. En esta ocasión nos referimos a lo que hemos
dicho en el capítulo IX sobre el estado actual de la arquitectura de Costa
Rica.
Etiquetas: Francisco Kurtze y Fernando Estreber, sismos de 1853 a 1855, Temblores de Tierra
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