El terremoto de San Estanislao, 7 de mayo de 1822, relato de Orlando W. Roberts
El Terremoto de San Estanislao, 7 de mayo de 1822
Tomado del libro Viajes y excursiones en
la Costa Oriental y en el Interior de Centroamérica
ORLANDO W. ROBERTS
Traficante residente por muchos años.
La Parte II de este terremoto de publicó en este mismo blog el 24 de noviembre de 2013 (está en inglés).
Durante una de las temporadas de pesca
de tortuga preparé una canoa grande y la cargué de productos con valor total de
unas trescientas libras, y haciéndome acompañar de dos jóvenes para que me
ayudaran, emprendí viaje para visitar varios sitios sobre la costa de la
Provincia de Veragua, deteniéndome en "Cocoa Plum Point" y en la
pequeña isla de Escudo de Veragua que queda junto al río de ese mismo nombre,
siendo ambos sitios muy frecuentados para la pesca de la tortuga. De ahí procedí
a la entrada del Río del Oro, la última colonia Española en la costa de
la provincia arriba mencionada, donde encontré un grupo de cuatro personas en
guardia para avisar a los comerciantes Españoles de La Concepción, un pueblo en
el interior, de la llegada de cualquier embarcación de comercio a la costa.
Aquí me encontré con dos criollos Españoles que me pagaron ciertos artículos
con varias onzas de oro en polvo. Pronto me abandonaron diciendo que iban río
arriba a una mina para conseguir más oro en polvo, con algunos de sus compañeros,
que, según sus palabras, trabajaban en la mina para su patrón cuatro días a la
semana, y los restantes dos días en provecho propio.
Al abandonar Bocas del Toro visitamos el
río principal de los Tiribees, una tribu
de Indios que, a instancias del rey Mosquito, se mantienen en guerra constante
con los Blancos y Talamancos, que son tribus del interior; a quienes persiguen
como bestias salvajes, y no sienten la menor compasión para acabar con todos,
sin respetar sexo o edad, solo los pequeños se salvan, los cuales son vendidos
como esclavos a los principales jefes de la nación Mosquita.
Esos Tiribees habitan la región desde la
entrada de la Laguna de Boca del Toro hasta el río "Banana", hay una
pequeña bahía al norte de éste que puede ser considerada como el límite entre
esta tribu y las dos tribus arriba mencionadas. Los Blancos y Talamancos
recorren la costa de ahí hasta "Salt Creek", para cazar y pescar
durante la época, pero no tienen residencia permanente en la costa.
De "Tiribee River" a
"Monkey Point" (Punta Mico) que es el último cabo en la provincia de
Veragua, la distancia no es de más de ocho o diez millas; se puede
reconocer fácilmente por la existencia de una isleta rocosa muy escarpada que
dista solamente unas pocas varas de tierra firme, y de la cual parece haber
sido separada por algún cataclismo de la naturaleza. La isleta está perforada
de una manera interesante en su parle media en forma de un arco alto y de forma
irregular, bajo el cual puede pasar fácilmente un bote de regular tamaño.
Entre Matina y "Monkey Point",
la región, que está muy poco habitada, presenta un aspecto muy hermoso con sus
valles y colinas húmedas pero desprovista de puertos. Los siguientes son los
nombres de ríos y aldeas situados en esta región: Río Quemado, Punta Caneta, De
las Doraces, De Dios, "Banana", Punta Blanco, San Antonio, "Lime
Bight", "Grape Kay", "Salt Creek", y la pequeña
ensenada de El Portete.
Salt Creek dista doce millas de Matina,
que, junto con el puertecito de El Portete, se conoce como el puerto de Cartago;
la bahía enfrente de Matina River no es más que una gran ensenada abierta, donde
es casi imposible atracar una embarcación Europea.
La ciudad de Cartago es la capital de la
provincia de Costa Rica; la población en 1823 se calculaba en treinta y siete
mil setecientas dieciséis almas; pero como a los dos años de esa fecha fue destruida
por un tremendo terremoto que estremeció a todo el Istmo de Darién. La noche
del terremoto yo estaba en casa de unos Indios en "Monkey Point" y
pude ver los desastres causados en esa parte de la costa. Ya bien entrada la
noche sentí que la cama de mimbres en que dormía se sacudía violentamente; suponiendo
que era mi compañero (uno de los comerciantes), o uno de mis amigos Indios que
trataban de asustarme o despertarme, les pregunté disgustado qué les pasaba.
Sin embargo, en unos pocos segundos, los gritos de las mujeres y de los
hombres, junto con las ondulaciones del suelo que torcían la choza, me sacaron
del suspenso. Inmediatamente me precipité fuera de la casa, y aunque apenas
podía mantenerme de pie debido a las fuertes sacudidas de la tierra, puede ver
con mis propios ojos un cuadro que mientras viva jamás se borrará de mi mente.
La tierra se alzaba como presa de convulsiones y parecía que nos iba a tragar,
acompañado todo esto de un rugido sordo; los árboles, a poca distancia de la
choza, eran sacudidos desde sus raíces con tal violencia que caían al suelo y
sus ramas y troncos chocaban unos con otros con gran estrépito; las aves domésticas,
las loras, guacamayos, palomas, y otros volaban como locos y también chocaban
unos con otros, asustados y dando alaridos; los chillidos de los monos junto con
los aullidos de los animales del bosque que parecían venir en búsqueda de
nuestra protección, se juntaban con los alaridos de los asustados Indios y de
sus animales domésticos y toda la naturaleza parecía estar presa de espanto.
Aunque anteriormente había tenido que hacerle frente a huracanes y borrascas en
alta mar, la escena en que ahora me veía envuelto casi me hacía perder el
juicio; transcurrió algún tiempo antes de que yo pudiera reunir mis fuerzas
para darme cuenta cabal de la situación y pensar qué debía hacer para salvarme;
consideré que el peligro más grande sería que el mar inundara la costa, y por
eso, levantando a mi compañero, nos apresuramos a nuestra embarcación y la pusimos
en el agua, considerando que en todo caso, se mantendría a flote; y temerosos
decidimos esperar el desenlace. Las sacudidas poco a poco fueron disminuyendo; y
hacia el amanecer habían cesado totalmente. No hubo pérdidas de vidas aquí o en
otras aldeas Indias vecinas, pero el suelo estaba rajado en varios sitios, y la
arena de la playa se encontraba amontonada o en surcos; lo que el día anterior
había sido una pequeña laguna o estanque en la cual navegaban varias
canoas, ahora se hallaba completamente seca; la mayoría de las chozas estaban
rajadas y torcidas y los efectos del terremoto se veían por doquier. Los
Mosquitos, que a la sazón se encontraban en la costa, se asustaron tanto y se
llenaron de tal espanto supersticioso que abandonaron la pesca de la tortuga y
regresaron a sus casas cuando no había llegado ni a la mitad la época de caza
de la tortuga.
Los únicos en la región que no tuvieron
miedo fueron un comerciante y algunos de sus amigos Indios que se encontraban
tan ebrios que hasta el día siguiente se enteraron de que algo extraordinario
había sucedido. Recordaban vagamente que no lograron hacer que dejara de rodar
por el suelo un botellón de licor que había en la choza, pero no sabían si era
porque alguien estaba tratando de robársela o porque el botellón
mismo había decidido salir huyendo por su propia cuenta.
Etiquetas: 7 de mayo de 1822, Orlando W. Roberts, Terremoto de San Estanislao
1 comentarios:
Bueno, bueno Don Waldo !!!. Cada día me impresiona más este trabajo pendiente que estás desarrollando. Adelante, por favor !!!. Allan López
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