HISTORIA DE LA VULCANOLOGIA EN COSTA RICA
HISTORIA DE LA VULCANOLOGIA EN COSTA RICA
Guillermo Alvarado y Luis Diego Morales
Historia de la Ciencia y la tecnología: el avance de
una disciplina, Editorial
Tecnológica de Costa Rica, Cartago, Costa Rica, 1989
Resumen
El desarrollo de la vulcanología en
Costa Rica puede ser dividida en cuatro etapas o períodos: I. De 1719 a 1887:
primeras referencias o descripciones sobre la actividad de los volcanes y sus
productos, con nuevas descripciones y ascensiones a la mayoría de nuestros
volcanes al final del período, principalmente par naturalistas alemanes. II. De 1888 a 1925: período floreciente de
la vulcanología y otras disciplinas geofísicas en Costa Rica, favorecidas por
la creación del Instituto Físico Geográfico (1889), y por un selecto grupo de
extranjeros y nacionales que realizaron una intensa labor de investigación, con
publicaciones referentes a la actividad y morfología de los principales
volcanes, con descripciones más geológicas y cuantitativas. III. De 1926 a 1962:
decaimiento de los estudias vulcanológicos, con sólo algunas trabajos ocasionales,
pero que no corresponden a un desarrollo sistemático a pesar de la fuerte actividad
eruptiva del Volcán Poás en 1953. IV. De 1963 hasta hoy: nuevo auge de la vulcanología
caracterizado por fuerte actividad volcánica (Irazú-Arenal) y el posterior desarrollo
de la docencia e investigación, con formación de especialistas y centros de estudios
vulcanológicos, instrumentación y vigilancia de los principales volcanes, con estudios
conducentes a la explotación de la energía geotérmica en áreas volcánicas y evaluación
de los riesgos volcánicas.
Introducción
Costa Rica es un país en cuya formación
el vulcanismo ha tenido mucha influencia. Actualmente forma parte de una cadena
volcánica en ámbito centroamericano, cuya actividad principal y más reciente,
se concentra en una estrecha faja de unos 25 km de ancho por 1400 km de largo,
perteneciendo al llamado “Cinturón de Fuego Circumpacífico”. El sistema
orográfico del país tiene tres poderosas masas cordilleranas acuñadas en su
escudo: la Cordillera de Talamanca con 150 km de longitud, la Cordillera
Volcánica Central con 90 km y la Cordillera Volcánica de Guanacaste con 120 km
de longitud, incluyendo al aislado sistema volcánico Arenal- Chato.
En Costa Rica se han reconocido más de
200 focos volcánicos de los cuales solamente unos 20 poseen morfologías
juveniles de tamaño respetable. De estos volcanes, únicamente el Rincón de la
Vieja, Arenal, Poás, Irazú y el Turrialba han mostrado actividad eruptiva en
época histórica. Los otros, sin embargo, manifiestan cierta actividad residual (solfataras,
aguas termales, microtemblores, etc.) con formas recientes, que les permite no hacerse
acreedores aún del calificativo de extintos. Los volcanes recientes de Costa
Rica son sólo las manifestaciones más cercanas (últimos dos millones de años)
de una larga cadena de episodios volcánicos insulares presentes desde hace
sesenta y cinco millones de años. Surgieron por las fuerzas endógenas de la
naturaleza, producidas por cambios físicos y químicos, y no son otra cosa que
una manifestación de la energía almacenada bajo la corteza terrestre. Por lo
tanto, nuestro país ha estado expuesto a los fenómenos volcánicos desde épocas
pretéritas y con gran probabilidad así continuará por muchos millones de años más
durante su evolución geológica. Para tratar de comprender y seguir el
desarrollo de las actividades vulcanológicas en nuestro país, lo haremos por
períodos o etapas que nos permitan llevar un orden cronológico.
La época precolombina: de 9000 A.C a
1492 D.C
Con el poblamiento de nuestro
territorio desde hace unos 11000 años atrás, surge la posibilidad de tener en
algún momento datos vulcanológicos indirectos, pero en los registros
arqueológicos conocidos de la época precolombina, prácticamente no aparecen referencias
y las tradiciones orales son muy escasas. Únicamente encontramos sin fecha definida
que los indios Guatusos decían que en el Volcán Arenal residía el Dios Fuego.
Igualmente difusa es una de las tantas
interpretaciones sobre la etimología del Volcán Irazú, en la cual el Sr. Obispo
Thiel presenta dos posibles orígenes: el más admisible y acorde con el contexto
geográfico dice que “Ira” podría tener un origen indígena y que debe de tomarse
como “Ira” de “i”, temblor y “ara” hacer mido, tronar; en ese caso, el
significado sería “cerro del temblor y del trueno” o “cerro que tiembla y
retumba”. También son poco frecuentes las leyendas indígenas, una de ellas,
sobre cómo nació el Volcán Turrialba y otra referida a cómo los indios Botos
sacrificaron doncellas al Volcán Poás. Así, es necesario considerar la
posibilidad de ascensiones por parte de los nativos de Costa Rica prehispánica,
lo que está apoyado por la presencia de centros ceremoniales, asentamientos habitacionales
y antiguas rutas, testigos mudos del acercamiento que tuvieron los indígenas con
los colosos. Con gran probabilidad los indios de la región del Arenal
sufrieron los embates por las actividades explosivas durante los últimos 3500
años y debieron de contemplar con gran perplejidad y admiración, el canto seco
y grave de las explosiones volcánicas, con sus múltiples hilos luminosos de
bombas, con sus trayectorias en forma de cola de pavo real que tenían como
pantalla el cielo, o las coladas de lava que semejaban a un arroyo de escorias
de “oro” fundido entremezclado con bloques opacos visible entre la alfombra de
rocas ásperas y la verde foresta.
La época de los descubrimientos,
conquista y la colonia: de 1502 a 1718.
En un trabajo que recopila la
información sobre temblores y erupciones volcánicas en Centroamérica, y con
base en su propia experiencia en El Salvador, Montessus de Ballore, presentó
los fenómenos sísmicos y volcánicos que ocurrieron en esta región, desde poco
antes de iniciarse la conquista (1520), hasta 1884. Sin embargo, es
sorprendente que en casi dos siglos, (desde 1520 hasta 1722), no se anote o
describa ningún suceso volcánico o sísmico en Costa Rica, mientras que durante
ese lapso, se produjeron ruinas y daños notables en Guatemala, El Salvador y
Nicaragua. Las causas de esta ausencia de información han sido discutidas por
Morales en su Historia de la Sismología en Costa Rica.
El historiador don Eladio Prado Sáenz
manifestó que, cuando los españoles emprendieron la conquista de Costa Rica, en
el siglo XVI, al acercarse a los alrededores del Irazú, le dieron el nombre de
“valle de la desolación”, ya que toda la zona se mostraba cubierta de ceniza y
los árboles desprovistos de su follaje debido a las fuertes erupciones. La
citada y posible actividad volcánica debió ocurrir algunos meses o años antes
del establecimiento de la ciudad de Cartago, fundada en el “Valle del Guarco”
por Juan Vásquez de Coronado en el año de 1563, en un territorio que fue
explorado previamente por los españoles en 1561, al mando de Juan de
Cavallón.
I Etapa: de 1719 a 1887.
Comprende los primeros reportes y
descripciones sobre los volcanes, su actividad y sus productos con un vigoroso
impulso al final del período. Esta etapa inicia hacia mediados del siglo XIX,
cuando llegaron al país naturalistas alemanes y europeos: Oersted en 1846,
Wagner en 1853, Frantzius y Hoffmann en 1854 y Seebach en 1864. La primera vez
que aparece en los documentos de nuestra historia patria una referencia a los
volcanes y sus efectos, es en la gobernación de Don Diego de la Haya Fernández,
quien dirige al Rey un informe muy interesante acerca de la provincia, con
fecha de 15 de marzo de 1719: Esta capital (Cartago), se halla guarnecida por
todas partes y a poca distancia, de unas montañas eminentísimas, siendo la más
elevada en la que está un Volcán de aguas, pues estando separada de esta ciudad
más de dos leguas, parece según su altura, que lo tiene sobre ella, y por
tiempo nacen y proceden de este volcán diferentes temblores que han arruinado y
maltratado sus templos y casas.
La primera descripción vulcanológica
propiamente dicha, nos la suministra el mismo Don Diego de la Haya, debido a la
actividad eruptiva del Volcán Irazú, iniciada en la tarde del martes 16 de
febrero de 1723, y que continuó durante todo ese año. El informe o relación de
Don Diego de la Haya sobre estos fenómenos contiene detalles de interés científico
e histórico: Todos dijeron que habían oído los truenos de dicho volcán y que
no habían reparado la humareda que arrojaba en la cumbre, y que corría la
espesura de su materia para los valles de Curridabat y Barba por soplar con
fuerza el viento Norte. Al tercero día de haber reventado dicho volcán, nombré
gente para que fuesen a reconocer el daño que pudiera haber hecho y los
fragmentos que había arrojado, lo que por entonces no se pudo ejecutar, atento
al mucho fuego, arenas y cenizas que expedía, y se pasó a hacer esta diligencia
el día 3 del corriente [marzo]... Es esta la primera referencia que
tenemos sobre una comisión, nombrada para reconocer los daños y el grado de
actividad de un volcán en nuestro país. Así, nuevamente se lee: El día 8 de
abril mandé reconocer dicho volcán al teniente Marcos Chinchilla, sargento
Manuel Barboza y a Cayetano Orozco; y habiendo pasado dicho registro trajeron
por noticias que la boca de dicha volcán estaba continuamente arrojando fuego y
cenizas en tal proporción...
Tenemos una de las primeras
observaciones en América referente a la influencia de la luna sobre la
actividad volcánica, así como una descripción de los temblores y la fertilidad
prodigiosa de los productos volcánicos: Desde entonces hasta el día de la fecha
(11 de diciembre) se han observado la continuación de fuegos, cenizas y arenas,
y particularmente con mayor aumento en los días de conjunción y oposición de
luna y en los inmediatos, habiendo día de cuatro, seis y ocho temblores, sin
que haya detrimento casa alguna; y los campos se han fertilizado con la
proporción de arenas y cenizas que en ellos han caído, y queda con su continua
fermentación hasta este día. Al inicio de su relato, menciona don Diego de la
Haya al Volcán de Turrialba, “sajado y reventado há muchos años, el cual humea
por tiempos sin hacer daño alguno en sus contornos”.
En 1747, Don Juan Gemmir, gobernador de
Costa Rica en ese entonces, apunta que: Hay un volcán de fuego nombrado Botós,
al referirse al Volcán Poás. Fue sin embargo, el señor Miguel Alfaro, vecino de
Alajuela, quien nos suministró el primer relato de una ascensión al Volcán Poás
con una descripción del cráter activo en 1828, cuando exploraba la zona
buscando la mejor vía para llegar hasta el Río San Juan. Varios años después,
hacia 1846, el naturalista y botánico danés, Andrés Oersted, se refiere a la
que fuera la primera erupción histórica significativa del Volcán Poás:…1834, hizo
una fuerte erupción acompañada por detonaciones subterráneas, y las cenizas eruptadas
por el volcán fueron lanzadas hasta 30 millas de distancia.
Oersted estuvo en el Irazú en enero y
febrero de 1847, donde practicó exámenes respecto a la flora, constitución geológica
y altura desde ese lugar. Por el año de 1853 llegaron a Costa Rica los doctores
Mauricio Wagner y Carlos Scherzer, cuyos Estudios de viaje y esbozos,
publicados en segunda edición en 1857, bajo el título de Die Republik Costa
Rica ln Central-Amérika, es muy interesante, con una gran variedad de datos
geográficos, geológicos, meteorológicos y de historia natural. Wagner se
interesó especialmente en los fenómenos volcánicos e intentó escalar sin éxito
el Miravalles; además se refirió erróneamente al Herradura y al Chirripó como
volcanes. El doctor Carlos Hoffmann, médico y naturalista, ascendió al Irazú en
compañía del ingeniero Kurtze, en marzo de 1855 y al Barba del 27 al 29 de
agosto del mismo año, realizando observaciones muy preliminares sobre la
morfología y geología, pero enfatizando sobre los caracteres sobresalientes de
la flora del lugar.
El aporte más relevante de esta etapa
correspondió al doctor Alejandro von Frantzius, considerado por Pittier como un
sabio en toda la acepción de la palabra. En abril de 1859 exploró la cima del
Volcán Irazú en compañía del ingeniero Kurtze, efectuando mediciones de alturas
barométricas, de temperatura y descripciones sobre la morfología y geología del
lugar, con una referencia a la probable laguna cratérica del volcán antes de la
gran erupción del año 1723. En marzo de 1860 explora el cráter activo del
Poás, estima las dimensiones de la laguna (6 manzanas), analiza las
características físicas y químicas del agua, mide por vez primera la
temperatura in situ del agua caliente del cráter (39,1°C), determina la altura
barométrica y describe el ruido y el oleaje que se produce a intervalos cuando
ascienden grandes burbujas del fondo de la laguna cratérica. Destaca un aspecto
meteorológico que, aún hoy día, es considerado por los moradores del Valle
Central y los visitantes como una erupción volcánica cuando en días claros y en
horas de la mañana, se elevan blancas masas de vapor de agua y nubes,
(actividad fumarólica), este fenómeno se observa a causa de la fría corriente
del viento del norte, pues se ven condensados de pronto los vapores que se
juntan cuando no hay vientos sobre el lago del cráter. Su estudio sobre los
volcanes fue escrito en alemán en 1861, bajo el título de: Contribuciones para
el estudio de los volcanes en Costa Rica. Según el doctor Pittier, el doctor
Frantzius es el autor de la mejor descripción que se ha hecho de los volcanes
en Costa Rica.
Culmina esta 1 etapa con el aporte del
primer experto en geología que visitó el país en 1864 y 1865, el Doctor Carlos
von Seebach, quien vino a Costa Rica con el objeto de hacer estudios sobre
fenómenos volcánicos. Realizó la primera ascensión del Tenorio, exploró la
Cordillera de Guanacaste y visitó posteriormente el Volcán Turrialba en marzo de
1865. A él se deben las primeras descripciones petrográficas de nuestros
volcanes. Escribió una obra sobre: Volcanes en
Centroamérica, una de las primeras en el mundo. Durante esta etapa, los
volcanes Rincón de la Vieja, Poás, Irazú y Turrialba, presentaron períodos
eruptivos, siendo relevantes por su magnitud y efectos, las erupciones del
Irazú de 1723 y las del Turrialba en 1864 a 1866. Los trabajos realizados son
en su mayoría descriptivos, referentes a la geomorfología, los fenómenos
eruptivos y sus productos y el efecto sobre el medio, con unos pocos datos
petrográficos, y mediciones de temperaturas y elevaciones de los volcanes de la
Cordillera Central. Se destacan también diversos aspectos naturalistas tales
como: flora, clima, fauna y orografía. Notoria es la ausencia de trabajos
vulcanológicos durante los últimos 22 años de esta etapa, como resultado tanto
de la salida del país de los naturalistas alemanes y de la falta de formación o
capacitación de personal nacional, como de la ausencia de una tradición
científica y de un ambiente universitario.
II Etapa: de 1888 a 1925.
Corresponde
esta etapa con uno de los períodos más relevantes en la historia de las ciencias
físicas y naturales de nuestro país, estimuladas por la decisión política del
gobierno liberal de Don Bernardo Soto (1885-1889), de levantar la educación
pública y establecer las bases sólidas de la enseñanza secundaria, tareas
impulsadas y dirigidas por la capacidad y visión de Don Mauro Fernández,
Ministro de Instrucción, Pública y reformador de la enseñanza en Costa Rica,
quien propició la venida al país de profesores suizos entre 1886 y 1889, para
que se dedicaran a la docencia en las primeras instituciones de enseñanza secundaria
y que luego se desbordaría hacia la investigación de nuestros fenómenos naturales.
Si en la primera etapa el empuje fue
alemán y por alemanes, ahora el desarrollo lo será por suizos y por
costarricenses que ingresan en el quehacer científico: Henri Pittier, Anastasio
Alfaro, Pedro N. Gutiérrez, José Fidel Tristán, Elías Leiva, el Dr. Gustavo Michaud,
el profesor Juan Rudín y sus hijos Max y Alberto y el primer historiador de los
desastres naturales en nuestro país e impulsor de estos estudios, don Cleto
González, Ministro de Fomento en el gobierno de don Bernardo Soto y
posteriormente, Presidente de la República de Costa Rica (1906-1910).
El 7 de abril de 1888 fue fundado el
Instituto Meteorológico Nacional y se nombró director del mismo al Dr. Henri
Pittier, quien era profesor de “Ciencias físicas y naturales” en el Liceo de
Costa Rica, y estaba recién llegado de Suiza, dotado de una gran capacidad científica,
joven y vigoroso, emprende tareas en muchos campos, entre ellas la vulcanología.
La primera contribución vulcanológica de este período se obtiene de un informe
del Dr. Pittier al Secretario de Estado en el despacho de Instrucción Pública,
con motivo de su excursión al Volcán Poás durante los días 25, 26 y 27 de julio
de 1888. Exploró Pittier la laguna del cráter activo y los materiales de los
alrededores, reconociendo fragmentos de “andesita”, azufre puro, “tobas y
lápili”. Dándonos así la primera descripción petrográfica de las rocas del
Poás. Midió una temperatura de 55,5°C, la segunda obtenida para el agua del
cráter, dado que la primera vez la realizó Frantzius (39,1°C). Se refirió
también al por qué de la acidez del agua y su relación con la presencia del
ácido sulfúrico. Debido al terremoto de Fraijanes del 30 de diciembre de 1888,
presentó el Dr. Pittier con fecha 14 de enero de 1889, un informe al “Supremo
Gobierno de Costa Rica”, “sobre los fenómenos sísmicos y volcánicos ocurridos
en la Meseta Central”. Considerando que el Volcán Poás puede ser el
responsable del terremoto, visita nuevamente el cráter y encuentra una recrudescencia
de actividad manifestada por erupciones frecuentes de lodo que llegan a alcanzar
alturas hasta de 92 m, y que en su primera visita de julio 1888, no había observado.
Encontró además que la temperatura del agua había subido bastante, llegando a los
64,2°C. Refiere el Dr. Pittier, que se reserva para más tarde la recopilación
de todos los datos que conserva sobre la Cordillera Volcánica Central de Costa
Rica y sobre la historia de sus erupciones hasta la última, inclusive. Estos
datos lamentablemente no fueron dados a conocer. En los Anales del Instituto
Físico Geográfico para el año 1889, escribió Pittier que: no piensa
absolutamente tampoco que los volcanes son la causa de los temblores, sino que
unos y otros tienen un mismo origen.
Al fundarse en 1889 el Instituto
Geográfico, siempre bajo la dirección de Pittier, se van a integrar las
siguientes secciones: el Observatorio Meteorológico y Sismológico, encargado
también de las observaciones vulcanológicas, el nuevo “Servicio Geográfico”, el
Museo y el Herbario Nacional. Durante la dirección de Pittier (1889 hasta
1903), alcanzó el Instituto niveles de excelencia y reconocimiento
internacional. Conforme a los deseos del señor Presidente de la República,
visita Pittier nuevamente el Poás, del 26 al 31 de agosto de 1890, y presenta
un nuevo informe “sobre el actual estado del Volcán Poás”, en el cual se
destacan las siguientes observaciones o hipótesis de vanguardia. El Poás, lo
mismo que el Irazú y el Barba, entran en la categoría de los volcanes
complejos, es decir que no proceden de un sublevantamiento único, sino más bien
de muchos que han ocurrido en sucesión, siempre con formación simultánea de un nuevo
cráter. Refiere que en el Irazú notó ya cuatro, con su indicación casi segura
de su orden de aparición, y que en el Poás ha reconocido hasta la fecha tres de
ellos. Dice que este género de volcanes contrastan sobremanera con el tipo de
volcanes simples, caracterizados por su forma absolutamente cónica (Ometepe).
Determinó la presencia de vapor de agua, del anhídrido sulfuroso-(el cual
provoca sofocaciones y un ardor picante en los ojos) y del anhídrido carbónico,
en los gases y nubecillas que se levantan de la laguna del cráter activo.
Relevante es su hipótesis para explicar el fenómeno eruptivo tipo “geiser” del
Poás, la cual en su concepción general, aún hoy día sigue siendo válida, así
como su intuición científica para el desarrollo de un programa de observación
de nuestros volcanes, efectuado simultáneamente con la observación cuidadosa de
los temblores, tal como hoy día se realiza en los proyectos de vigilancia
volcánica.
El 1 de febrero de 1899, el Dr. Carlos
Sapper, intenta y logra subir a la cima del Orosí, pero las nubes le impiden
hacer observaciones significativas. A finales de febrero efectuó un
reconocimiento geológico de la cima cratérica del Irazú y mide una temperatura de
89°C en las fumarolas. A principios de marzo explora el Poás y registra una
temperatura en la laguna caliente del cráter de 52°C, sorprendiéndole la fuerte
acidez de la misma, y las erupciones “geiserianas”. El 13 de marzo asciende al
Turrialba, explora la cima y la distribución de sus tres cráteres principales a
lo largo de un eje longitudinal del noroeste al oeste-sudoeste, con una migración de la
actividad hacia el noroeste, determinando una temperatura de 75,4°C para las
fumarolas del cráter de en medio. El Instituto Físico Geográfico pasa a un
nuevo local en el año 1903 y el Dr. Pittier, quien tanto contribuyó al
desarrollo de las disciplinas geofísicas, se aleja luego de Costa Rica, para
trabajar en el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos.
El inglés Romanes describe en
Cebadilla de Alajuela lo que sería hoy día una ignimbrita, a la cual se refirió
como una roca con características de lavas y tobas. El profesor Fidel Tristán,
explora las “hornillas” al pie del Volcán Miravalles en febrero de 1903. Una
descripción sobre la actividad geiseriana del Poás, posterior a las grandes erupciones
de mayo y junio de 1905, es realizada por Max Rudín, destacándose la estimación
de las dimensiones observadas para una erupción de lodo de 600 m de altura y 100
m de diámetro, la cual fotografiaron. Tuvieron la ocasión por primera vez de
observar una lluvia de cenizas posterior a la erupción así como explicar el
proceso de formación y caída de la ceniza. Cuadros sinópticos y datos sobre las
erupciones del Volcán Poás, para los años de 1904 y 1905 son publicados en 1906
por el profesor Elías Leiva, incluyendo un cuadro de alturas barométricas y de
temperaturas de los lugares más importantes del Volcán Poás. Relevante en esta
etapa fue la gran erupción de cenizas del 25 de enero de 1910 del Volcán Poás,
la cual ha sido la mayor erupción volcánica observada en éste, pues alcanzó una
altura de 8000 m y un volumen de materiales eyectados cercano a los 800000 m3,
la lluvia de cenizas se extendió desde Cartago hasta Esparta. Como resultado
de esta actividad se produjeron cambios morfológicos en la laguna caliente del
cráter, y un aumento en el número de focos eruptivos dentro de la laguna, pero
con erupciones más débiles. Durante el año de 1910, se presenta la mayor
catástrofe sísmica de nuestra historia, con la destrucción de Cartago un 4 de
mayo a las 18:47 horas.
La fuerte actividad sísmica y volcánica
de 1910 va a estimular la publicación de una serie de trabajos inmediatos, la
mayoría de los cuales se encuentran en la gran obra de recopilación efectuada
por Don Cleto González Víquez y publicado en 1910 bajo el título de: Temblores,
terremotos, inundaciones y erupciones volcánicas en Costa Rica, 1608- 1910;
constituye la piedra angular del desarrollo geocientífico alcanzado hasta ese momento
y es hoy día una obra de consulta obligatoria para los estudiosos de las
“ciencias de la Tierra” en Costa Rica. Hacia el final del período destacan los
trabajos del ingeniero Ricardo Fernández Peralta. Culmina esta etapa con la visita del Dr.
Sapper en marzo- abril de 1924, quien llega pocos días después del terremoto de
Orotina del 4 de marzo de 1924, por lo cual gran parte de su tiempo lo emplea
en estudiar y tratar de explicar el fenómeno integrándose en una comisión
formada por don Fidel Tristán, Anastasio Alfaro y Ricardo Fernández. Postulan dos
centros principales tectónicos (Orotina y Talamanca, falso este último) como responsables
del fenómeno-y-uno volcánico (Irazú, lo cual no es cierto), y descartan por comprobación
de campo, que el Cerro Herradura sea un volcán y que fuera el responsable del
terremoto. El 8 de abril, ante una selecta concurrencia, dicta una conferencia
en San José, cuyo tema fue: “las erupciones volcánicas y los recientes
temblores sentidos en Costa Rica”. Habló de los diferentes tipos de erupciones
y de lavas, así como de indicios precursores de una erupción, de temblores
volcánicos y retumbos, pasando finalmente a explicar las causas probables del
terremoto del 4 de marzo en Orotina.
Fue nombrado Sapper, mientras permanecía
en Costa Rica como Director del Instituto Físico Geográfico, simbólicamente, por
cuanto dicha Institución había sido abandonada desde años atrás. Se produjo
así un declinar en los estudios vulcanológicos y en las otras disciplinas
geocientíficas. Cerramos esta II etapa, con la publicación del Dr. Sapper, en
1925, sobre: Los volcanes de la América Central. La contribución de este eminente
científico al conocimiento de los volcanes y a la geología de Centroamérica fue
notable. Un relato de interés histórico y científico es el que hace la
escritora Chacón, según el cual el Dr. Sapper, con base en el informe de Don
Diego de la Haya sobre la actividad del Irazú en 1723, exploró la cima e
identificó el cráter que estuvo activo en ese entonces y el profesor Fidel
Tristán lo bautizó con el nombre “Diego de la Haya Fernández” en 1924, previo
acuerdo con sus compañeros Alfaro y Fernández. Es interesante recordar aquí,
que esa había sido la integración de la comisión (Tristán, Alfaro y Fernández),
para colaborar con el Dr. Sapper en la investigación de las causas del
terremoto de 1924, la cual visitó precisamente dicho volcán. Esto refuerza la
verosimilitud del relato y de los hechos.
III Etapa: de 1926 a 1962.
La ausencia de una institución dedicada
al estudio de los fenómenos geológicos y geofísicos, la falta de apoyo político
y de estímulo por el quehacer científico que ya se notaba al final de la etapa
anterior, va a continuar durante este nuevo período, en el cual surgen algunos
trabajos individuales pero sin responder a un programa de trabajo permanente o
a una investigación sistemática.
Con la llegada al país hacia finales de
1931 del suizo Dr. Pablo Schaufelberger, van a renacer los trabajos geológicos
y aparece una publicación sobre el Volcán Poás y el Irazú, que es una
sinopsis de lo que ya se conocía de publicaciones anteriores. Los trabajos
geológicos van a continuar con César Dóndoli a partir de 1939, pues el Dr. Schaufelberger
deja el país en 1938.
En 1937 publica Sapper en Alemania su
obra maestra: Geología de la América Central, la cual contiene numerosos
estudios vulcanológicos de la región. No será sino hasta 1950, con la llegada
de H. Williams, que los estudios vulcanológicos volverán a entrar en escena, y
sus resultados serán publicados en inglés en 1952 con el título: Historia Volcánica
de la Meseta Central Occidental, Costa Rica. Este trabajo es innovador, y en
él el objeto de estudio no es el foco volcánico, sino el área de influencia o
distribución y el tipo de materiales volcánicos eruptados. La violenta
actividad eruptiva del Volcán Poás, la cual se extendió casi todo el año 1953,
cambió notablemente la morfología de su cráter activo y le transformó de
seudogeiser en volcán humeante. Sin embargo, este importante hecho no logró
despertar un interés académico o político que favoreciera el desarrollo de la
vulcanología. Merecen destacarse al final de este período, los trabajos
geológicos y sobre el vulcanismo de Costa Rica, realizados por el Dr. Weyl,
Bullard y el trabajo de Fernández sobre la actividad del Poás en 1953.
IV Etapa: de 1963 hasta el presente.
Dos eventos volcánicos catastróficos,
como resultado de la violenta actividad del Irazú en 1963-1964, y de la
explosión volcánica del Arenal en 1968, van a llevar al país a situaciones de
verdadera emergencia nacional y a despertar el interés por el conocimiento y desarrollo
de las observaciones vulcanológicas, estimulando el quehacer docente y científico.
Los principales efectos de la actividad del Irazú fueron las erupciones de
ceniza que afectaron severamente el Valle Central, trastornando su economía y dañando
el ambiente. El fenómeno más espectacular fue la avalancha del Río Reventazón,
que destruyó parte del pueblo de Taras de Cartago, carreteras, puentes, línea
férrea, sepultó las instalaciones del Campo Ayala y la fábrica de Pinturas
Kativo y causó un total de 20 muertos. La visita de una misión vulcanológica de
la UNESCO y de varios vulcanólogos extranjeros, facilitó el intercambio
científico con los nacionales, y el fruto de sus trabajos se encuentra en varias
publicaciones: Murata, 1964; Dóndoli, 1965; Coen, 1965; Murata et al, 1966;
Olsen y Sáenz, 1965; Vargas, 1967; Krushensky y Escalante, 1967, etc. Como
parte de la cooperación internacional se obtuvo instrumental sismológico, una
de cuyas estaciones fue colocada en el Sanatorio Durán para vigilar la
actividad volcánica, y se obtuvieron becas para capacitación o entrenamiento de
funcionarios locales en centros vulcanológicos de los Estados Unidos. El
gobierno creó una Oficina de Defensa Civil para hacer frente a la emergencia,
la cual recopiló bastante y valiosa información. Por otro lado, el Instituto
Costarricense de Electricidad (ICE), creó la Oficina de Control de Ríos, cuya
función exclusiva era el estudio de los cauces afectados por la precipitación
de cenizas, en particular el Río Reventado.
La violenta explosión del Volcán Arenal,
en julio de 1968, originó una avalancha y una onda de calor que se precipitó
hacia su flanco oeste, destruyendo bosques, fincas, caseríos hasta una
distancia de 7 km, y causando 88 muertos. Desde entonces, el Arenal ha continuado
en actividad con una alternancia de períodos pasivos (efusión de lavas) con activos
(erupción de cenizas y bloques). En junio de 1975, una violenta erupción freatomagmática
causó destrucción del bosque hacia su flanco norte, llegando hasta el camino
que cruza el Río Tabacón. Relevante es la participación de Melson y Sáenz en
1968 y en 1973, al inicio de la actividad eruptiva y de Minakami et al., en
1969, por las descripciones del fenómeno, estudio de los productos eruptados
y la actividad sísmica asociada. El gobierno creó la “Comisión para la
emergencia del Volcán Arenal”, editando una memoria en junio de 1969.
El Volcán Rincón de la Vieja tuvo un
período importante de actividad eruptiva en 1966 y 1970, pero no tuvo trascendencia
sobre la infraestructura de la región o pérdidas humanas. La influencia de los fenómenos
volcánicos se ha hecho sentir en las universidades (UCR-UNA) y en instituciones
gubernamentales como el ICE. En el año de 1970 se funda la Escuela Centroamericana
de Geología, en la Universidad de Costa Rica, con una “Sección de vulcanología,
sismología y exploración geofísica”, impartiendo cursos de estas disciplinas e
iniciando tareas de investigación, con publicaciones científicas y una Revista Geológica semestral para divulgación de
la investigación. En julio de 1975 la Escuela de Geología organizó en la UCR,
con el apoyo del Instituto Panamericano de Geografía e Historia de la OEA, el
Primer Seminario Latinoamericano sobre riesgo sísmico y volcánico.
En 1979 se crea un Centro de
Investigaciones Geofísicas en la UCR, incluyendo la vulcanología en sus
proyectos de investigación. Por su parte el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), en su Departamento
de Geología, cuenta con una “sección de sismología e ingeniería sísmica”, que
incluye los estudios vulcanológicos, en especial para la vigilancia volcánica
en sitios de presa o embalses cercanos a los volcanes, como es el caso del
embalse de Arenal, por lo cual el ICE ha mantenido una vigilancia permanente en
el Volcán Arenal, con auscultación sísmica a través de redes locales y
regionales (una red sismológica de cobertura nacional, en colaboración
con la Escuela de Geología de la UCR,), inclinometría, métodos geofísicos y
geodésicos. A partir de 1974, ha desarrollado estudios geológicos en búsqueda
de áreas de potencial geotérmico y hoy día se han desarrollado los proyectos Miravalles y Las Pailas. La Universidad Nacional (UNA) ha venido
desarrollando desde 1977 un grupo para el estudio de los fenómenos volcánicos
adscrito a su escuela de Geografía, que posteriormente se convierte en el
“Programa de Investigación Vulcanológica” y editan un Boletín Vulcanológico
semestral a partir de 1978. Hoy día constituyen un Observatorio vulcanológico y
sismológico, con una red sismológica que cubre todo el país, y están dedicados
a la investigación. Resalta la organización del Primer Seminario Vulcanológico conjunto
Estados Unidos-Costa Rica, en enero de 1982, con la publicación posterior de
las Memorias. En 1978 publican un volumen con temas de vulcanología de Costa
Rica en su Revista Geográfica de América Central No. 5-6, 1977. En noviembre de
1983, organizan con el apoyo de la UNESCO el Taller regional de la UNESCO para
la creación de un sistema internacional de alarma preventiva de erupciones
volcánicas y actividad sísmica asociada; Continente Americano. Existe hoy día
una buena cantidad de publicaciones especializadas, algunas en colaboración con
expertos extranjeros, (estadounidenses, ingleses, italianos, franceses y chilenos),
sobre los fenómenos volcánicos en nuestro país; centros y unidades de investigación
en las universidades, incluyendo la docencia en la UCR, y trabajos aplicados además
de vigilancia volcánica en el ICE y la UNA. Se dispone en la actualidad del instrumental
básico e indispensable para continuar con el desarrollo vulcanológico, aunado a
la formación de especialistas y capacitación de personal técnico y de apoyo,
por lo cual el panorama es más prometedor de lo que había sido antes, con la
aplicación de métodos geofísicos, geoquímicos, petrológicos y geodésicos, para
la vigilancia y evaluación del peligro y riesgo volcánico.
Etiquetas: 1989, Guillermo Alvarado y Luis Diego Morales, HISTORIA DE LA VULCANOLOGIA EN COSTA RICA