martes, 1 de octubre de 2013

El volcán Turrialba, un volcán olvidado (Segunda Parte)



El volcán Turrialba, un volcán olvidado (Segunda Parte)

Ricardo Fernández Peralta

Revista de Costa Rica, diciembre de 1921 y enero de 1922, Año III, números 4 y 5.

La actividad del Turrialba continuó en los meses siguientes; parece que hubo lluvia de ceniza en enero, febrero y marzo de 1865. El 9 de marzo de ese año Karl von Seebach hizo una penosa ascensión al volcán; de su interesantísimo relato reproduzco lo siguiente: “El cráter occidental formaba una sola poderosa chimenea de la cual salían potentes columnas de vapor cargadas de ácido sulfuroso y ceniza con estruendo terrible. En medio de esto se oía a intervalos de unos 30 segundos un ruido como de fuego graneado de riflería causado por el rebote de la piedras lanzadas, chocando entre sí o contra las paredes de la gigantesca chimenea; este momento corresponde a una disminución de la actividad pulsante del volcán, que enseguida se acrecienta y de nuevo lanza las masas de piedra acompañadas de mayor producción de vapor. Estas piedras no suben nunca mucho y siempre caen de nuevo dentro del cráter. Algunas de esas pulsaciones eran suficientemente fuertes para causar un movimiento tremolante del suelo. Ni lava candente, ni fuego, ni llamas propiamente dichas podían notarse en el cráter. De las solfataras observadas anteriormente se conservan todavía unas pocas afuera del propio cráter, en la altura del borde norte. No era posible acercarse a ellas y reconocerlas más de cerca. La nube de humo formaba al principio una columna de 80 a 100 metros, luego los vientos alisios se apoderaban de ella, la inclinaban y la barrían a millas de distancia hacia el WSW.

En febrero de 1866 el Turrialba entró de nuevo en gran actividad; Belly dice que la ceniza muy fina llegaba hasta Realejo. Karl von Seebach lo pone en duda, pero el sabio Dr. Karl Sappper lo encuentra posible, por haber sucedido lo mismo en 1902 con la propagación de las cenizas del volcán Santa María (Guatemala), dirigidas hacia el WSW.

En enero de 1869 el señor H. Pittier visitó el volcán Turrialba (Nota: Pittier llegó a Costa Rica en 1887, por lo que la fecha correcta debe ser 1889); de la descripción de su viaje tomo lo siguiente: “La cumbre del cerro más alto presenta tres picos principales, unidos por aristas roqueñas a los lados sur y este, formada por depósitos recientes de arena, cenizas, toba y escorias al norte. Entre estos tres puntos culminantes se extiende la hoya del volcán, la cual tiene a lo menos más de 100 metros de ancho y como 400 de largo. Esta hoya encierra dos compartimientos crateriformes, separados por una pared transversal bien marcada. En el del este se notan en medio playitas y líneas dejadas por el agua que suele acumularse allí en la estación lluviosa, los restos de sus dos antiguas chimeneas, ambas colmadas por los aluviones y el trabajo del agua. Entre las dos se extiende un campo de escorias negras y de arena del mismo color, mientras la extremidad oriental de la hoya ofrece un terraplén bien marcado, formado por estratos horizontales de materias de erosión y que indica indudablemente el nivel más alto de las aguas en el cráter.

El compartimiento occidental, que ocupa a lo más la tercera parte del cráter, tiene la forma de un embudo, rematado en su parte inferior en una chimenea por la cual se escapa todavía una pequeña cantidad de vapores sulfurosos. En la pared casi vertical del lado norte, muy cerca de la arista, se ven algunas fumarolas muy activas, de las cuales se escapan abundantes chorros del mismo vapor. En este particular, el estado del volcán no parece haber variado mucho después de la exploración de Seebach, a diferencia de que entonces una columna de humo y de vapores de unos 70 metros de altura, y que tomaba después elevarse la dirección WSW, bajo la influencia del viento alisio, se escapaba todavía de la chimenea, con un ruido que el geólogo alemán comparaba a los ronquidos de un horno elevado”.

En 1899 el sabio Dr. Sapper, autor del mejor estudio que hasta la fecha se ha hecho sobre los volcanes de Centro América, hizo una ascensión al Turrialba. Se su laborioso trabajo extracto lo siguiente: “El gran cráter de la cumbre ha sufrido pocas modificaciones desde la descripción del Karl von Seebach en 1853. Yo traté de fijar el estado de las cosas en 1899 por medio de observaciones barométricas (aneroide), apreciaciones, medidas a pasos, etc. El eje longitudinal va aproximadamente de WSW a ENE, y tiene unos 1400 metros de longitud. Por la circunstancia de que el centro eruptivo varias veces se ha corrido hacia el WSW, se han formado tres cuencas de cráteres distintos. En la central y la oriental se reúnen a veces cantidades de agua pluvial, como fue el caso de marzo de 1865.

La cuenca oriental del Turrialba (IV en mi plano) es un cráter aplanado y casi circular de unos 150 metros de diámetro, rodeado de una llanura anular que está unos 20 metros más alta que el fondo del cráter (unos 3150 m.s.n.m.).

Croquis del volcán Turrialba en 1921. Autor Ricardo Fernández Peralta


La cuenca central es oblonga y tiene varias paredes transversales y paralelas, formadas sin duda por la traslación repetida del centro eruptivo hacia el W. Cerca del extremo WSW de la cuenca se verificó la última erupción de esta fase, hundiendo el fondo unos 25 metros más abajo que el nivel del suelo oriental de esta cuenca central (3145 m). No me puedo explicar los restos de una pared transversal situados a los lados de este centro eruptivo, a menos que fuera exacta mi explicación anterior, y que el centro eruptivo hubiera retrocedido alguna vez destruyendo la parte media de la pared transversal más antigua, por motivo de una ligera erupción.

Más hacia el oeste sigue el cráter central, la cuenca que en 1864-1866 fue el centro de actividad y que aún se hallaba separada de la cuenca central por una pared transversal bien definida. Esta pared se ha interrumpido ahora por la formación de un cráter de hundimiento de una profundidad no menor de 40 metros (II en mi plano); este tenía en 1899 comunicación hacia el sur con otro cráter también de hundimiento pero más pequeño e irregular. El cráter occidental (I en mi plano) propiamente dicho muestra ahora un fondo o suelo pequeño. Al norte y al sureste de la cuenca occidental, y al ESE de la cuenca central (unos 3210 m) se encuentran en forma de terrazas restos de fondo de un cráter antiguamente más alto y cuya significación en la historia del volcán no es fácil de fijar. Fumarolas, cuyos bordes los habitantes de las cercanías traían a veces azufre, las había en las pendientes del I, III y en fondo del derrumbe II; una larga grieta concéntrica se extendía cerca del borde NE del III (lado interior).

Lapilli suelto, a veces grandes bombas, representan el papel principal en la arquitectura de cada cráter, mientras que la pared cratérica más antigua en el sur de la cuenca central, está formada de rocas primitivas.

En la pendiente exterior del cráter occidental se nota una aguda arista dirigida hacia el SW. Numerosos fragmentos de lava, con inclusiones angulares de lava de otro color y más compacta, cubren en parte la pendiente occidental del cerro. La roca es, según determinación del Dr. Klautzschs, andesita piroxénica, como en el Irazú.

Desde el viaje del Dr. Sapper, es decir hace 22 años, no teníamos ninguna descripción de los cambios ocurridos en el cráter y en la actividad del Turrialba. Tres años hace que el Prof. J. Fidel Tristán y yo veníamos haciendo tentativas para efectuar un viaje a dicho volcán, pero siempre se nos presentaron inconvenientes que nos obligaron a posponerlo. Una vista al Turrialba, después de tantos años de no saber nada de él, era importantísima, sobre todo por habérsele considerado siempre gemelo del volcán Irazú, en actividad desde el mes de setiembre de 1917.

Cráter del volcán Turrialba en 1921. A la derecha el cráter I, a la izquierda en primer plano el II. Imagen tomada del norte hacia el sur. Foto de Ricardo Fernández Peralta



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